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Los monárquicos no estarán hoy muy satisfechos, a pesar del gran despliegue de medios institucionales y mediáticos para encumbrar al nuevo monarca, Felipe VI. Las imágenes hablan por sí solas. Era de esperar que salieran a las calles de Madrid los monárquicos confesos y toda la parentela de militares y policías que acompañan siempre los actos públicos de
Aún así, las calles del recorrido
ofrecían un panorama poco entusiástico con la proclamación del nuevo rey,
ocupando apenas tres o cuatro filas de personas y dejando grandes huecos vacíos
en las aceras hasta las fachadas correspondientes. Nada que ver con la
explosión de gente que abarrotó la
Gran Vía madrileña con el triunfo de la selección de fútbol
en el Mundial de 2010 o con el recibimiento que los madrileños dimos a los
mineros en su marcha a la capital de España. La Plaza de Oriente tampoco
ofrecía un lleno absoluto, síntoma de que, en esta ocasión, la distancia de las
generaciones más jóvenes con la monarquía era algo más que un dato estadístico.
Afortunadamente…
El sistema político-económico
está nervioso y de ahí el derroche de medios para llenar una jornada histórica
que no ha echado a los ciudadanos a la calle a pesar de ser un día festivo en
Madrid. Felipe VI, seguramente, no tiene la culpa, pues hereda un sistema
podrido por la corrupción, el desafecto y la crisis, pero debería tomar buena
nota de lo que el 19 de junio le quiso decir “la mayoría silenciosa” que se
quedó en casa, esa mayoría silenciosa que tanto le gusta al PP y que ahora, sin
embargo, no ha reclamado como propia. Además, Felipe VI tendrá que recordar
siempre el dispositivo represivo que el Gobierno de Rajoy puso a su disposición
para que los contestatarios republicanos no le aguaran la fiesta, con lo que
Rajoy ha conseguido sumar a la causa republicana a unos cuantos miles más de
ciudadanos que han visto, perplejos, cómo se limitaban los derechos de
expresión, manifestación y libre circulación, retrotrayéndonos a la España franquista.
Sobre este asunto resulta
sintomático el sempiterno silencio del PSOE, que no abre la boca cada vez que
el ministro Fernández Díaz ordena a los antidisturbios mano dura contra quien
osa manifestar a gritos discrepancias profundas con el sistema político. Las
escenas de registros, identificaciones, maltratos y cargas policiales eran
lamentables, impropias de un país democrático, miembro de la Unión Europea y del Consejo de
Europa. Más bien recordaban a la antigua democracia orgánica franquista, de la
que este monarca se ha convertido en triste heredero, al negar el Gobierno de
Rajoy la posibilidad de cualquier referéndum para que la ciudadanía se exprese
sobre la continuidad o no de la monarquía como forma de la Jefatura del Estado, algo
que esperábamos (y seguimos esperando) generaciones nuevas que no tuvimos
oportunidad de votar la
Constitución de 1978.
Y en esta cerrazón
antidemocrática no ha podido encontrar el Gobierno de Rajoy mejor aliado que el
PSOE, partido republicano por omisión y monárquico por acción, que ha
traicionado uno de sus principios históricos (uno más), alegando razones de
estabilidad y conocimiento personal, pues así es como han venido a defender
algunos dirigentes del PSOE el apoyo a la continuidad de la monarquía en la
persona de Felipe VI, justificando que, al fin y al cabo, es una criatura propia
de los dos partidos que han gobernando hasta ahora y que, por tanto, “mejor lo
malo conocido que lo bueno por conocer”. Será el mismo argumento que emplearán
dentro de treinta años con la Princesa
Leonor. Vendrán a decir algo así: “igual que a su padre, la
hemos educado nosotros, así que nos fiamos de ella”.
Creo que el PSOE, con el abandono
definitivo de la causa republicana y su conversión a la monarquía
parlamentaria, ha cruzado la última frontera que lo separaba de la izquierda y,
a partir de ahora, competirá abiertamente y sin complejos por el electorado de
centro y de centro-derecha, esa franja de votantes cambiantes que dan la
mayoría a PP o a PSOE según gestionen la economía o convenzan sus cabezas de
carteles. Con la decisión tomada ante la proclamación de Felipe VI y su
renuncia a reclamar un referéndum, el PSOE no solo abandona a una parte
importante de sus tradicionales votantes sino que, además, inicia una nueva
etapa anclado en el social-liberalismo, ideología que en la práctica ha dominado
el partido desde Felipe González y que, desde hoy, ya lo hará también en la
teoría.
Algo bueno, sin embargo, tiene la
proclamación de Felipe VI y la conversión monárquica del PSOE. Se abre para la
izquierda republicana un nuevo ciclo, igual que probablemente se abre para
España una nueva etapa constitucional, con reforma de la norma fundamental
incluida, que pronto se anunciará, haciéndola coincidir con el final de esta
legislatura. Tres fuerzas políticas tienen la oportunidad (y la obligación) de
conformar un frente de izquierdas republicano ante las próximas convocatorias
electorales, a priori o a posteriori de dichas convocatorias. Izquierda Unida,
Podemos y Equo-Compromís tienen ante sí un futuro prometedor: formar ese frente
republicano de izquierdas que pueda gobernar o condicionar muchas instituciones
para implementar políticas alternativas a las liberales del PP y del PSOE que
devuelvan a los españoles el Estado del bienestar robado y que, además, ese
frente republicano vaya creciendo lo suficiente como para hacer inevitable la
consulta a la ciudadanía sobre su forma de gobierno. El referéndum sobre la
monarquía no puede caer en saco roto. La proclamación de Felipe VI no debe ser
el final de una vieja demanda sino el principio de una nueva lucha, el derecho
a decidir de los españoles sobre la forma de su Jefatura de Estado.
Interesante analisis
ResponderEliminarMuy buen artículo amigo Francí.
ResponderEliminarComo bien dices las imágenes hablan por sí mismas, el recorrido estaba desierto. Casi nadie para ver el paso de Felipe y Letizia. Más policías que personas en las calles.
Lo dicho, un muy buen artículo amigo Francí.
Hola Javi:
ResponderEliminarMe gusta tu articulo. Enhorabuena!!
Muy buen artículo Francí !
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