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El
sábado pasado tuve la oportunidad de acudir a la presentación de un libro que,
ahora, a muchos nos resulta imprescindible, a pesar de desconocer durante
décadas las terribles historias que cuenta. El libro narra la represión
franquista en el pueblo de mi familia materna, un pueblo de Guadalajara, y su
autora ha recopilado durante años los testimonios de los familiares de las
víctimas directas de aquella barbarie, cometida con la vil excusa de desterrar
para siempre de España la democracia como forma de organización política.
Contra lo que muchos piensan, el franquismo no solo fue un régimen fascista que
intentó erradicar el sindicalismo, el socialismo, el comunismo o el anarquismo;
también fue un régimen que persiguió a demócratas y liberales de derechas, tan
republicanos como los progresistas y liberales de izquierda.
“Tendilla. De la Guerra Civil y la represión
franquista”, que así se llama el libro, documenta unos setenta casos de
fusilados, desaparecidos o represaliados en un pueblo que, actualmente, no
sobrepasa los cuatrocientos habitantes en invierno. Un pueblo con mucha
Historia, así con mayúscula, pues sus condes fueron durante siglos personajes
influyentes en las cortes de los reyes y en sus gobiernos. El más importante,
el segundo Conde de Tendilla, que por encargo de los Reyes Católicos terminó en
1492 la conquista del Reino Nazarí de Granada y fue después Capitán General de dicho
territorio y Alcaide de La
Alhambra , títulos que heredarían algunos de sus sucesores.
Como decía la autora del libro, Conchi de Luz, ha habido unos cuantos
libros que han hablado de Tendilla, pero todos han pasado de puntillas sobre
uno de los aspectos más tristes e injustos de su Historia, como ha ocurrido
lamentablemente en tantísimos lugares de España hasta que la Ley de la Memoria Histórica
ha ido facilitando la búsqueda de la verdad y la investigación de unos hechos
que permanecieron silenciados y ocultos durante décadas. Una Ley que, por otro
lado, se queda corta.
Conchi de Luz ha puesto la primera piedra para que la verdad de un
pueblo no se olvide, para que perdure la memoria de quienes arriesgaron su vida
por la libertad y para que algún día se repare el daño cometido, pues ninguna
discrepancia política puede justificar el terror y la represión de una parte de
un pueblo sobre otro. Pasarán muchos años todavía para esa reparación. Quizá ni
la autora del libro ni yo lo veamos, pero con su investigación, Conchi de Luz
ha devuelto la dignidad a quienes nos legaron la inquebrantable firmeza de los
valores democráticos, sepultados por cuarenta años de ignominia e ignorancia.
Yo
no sabía que Tendilla, el pueblo de mi familia materna, había sufrido la
barbarie fascista. Me ha sobrecogido la cifra de asesinados y represaliados. A
partir del sábado pasado mi percepción de ese pueblo ha cambiado radicalmente.
Crecí de niño y adolescente pensando que los desastres de la Guerra Civil solo
llegaron al pueblo en forma de heridos o muertos en el frente. Ahora, gracias a
este impagable trabajo de investigación, he sabido que los desastres de esa
guerra llegaron también en forma de odio personal y venganzas injustificables.
Todavía falta que los responsables de crímenes y represiones tan execrables en
todo el país ocupen un memorial de culpabilidad moral con nombres y apellidos,
aunque para esto harán falta otras generaciones.
Me emocionó
la presentación de este libro porque yo conversaba mucho con mi abuela y le
pedía especialmente que me contara aquella época de la República y la Guerra Civil. Y me
contaba historias, pero nunca me habló de estos hechos represivos, no sé si por
desconocimiento, por temor o por incomprensión hacia lo que fue una barbarie
injustificable. Me acordaba de ella el sábado pasado, y me lamentaba de que no
siguiera entre nosotros porque no sé qué cara habría puesto al conocer tantos
casos de represión franquista en su pueblo. Yo no tengo mucho vínculo ya con Tendilla
pero recuerdo en mi adolescencia y juventud ciertas conversaciones políticas
que ahora, inevitablemente, me conducen a un hilo pasado, de décadas, donde se
aprecia el odio transmitido y heredado. Y siento repulsa porque ahora entiendo
el por qué de algunas de esas ideas en ciertas personas, ideas no amparadas en
discrepancias políticas sino en odio visceral al adversario.
Conchi de Luz ha recopilado una de las historias de Tendilla, la más
trágica, que se ha mantenido oculta al público, en la intimidad de algunos
hogares, y a veces ni tan siquiera eso. Su libro, además de despertar la
memoria, rescatar el olvido y dignificar a las víctimas, será un referente
acreditado en la recuperación de la Memoria Histórica
de Guadalajara y, creo, que también será un precedente de futuros actos y
textos reivindicativos de esa Memoria Histórica de Tendilla, a la que todavía
le falta mucho recorrido y que la autora, con su libro, ha iniciado. Desde aquí
mi enhorabuena por su esfuerzo, tesón y valentía. En realidad, el motivo de
este artículo sobre su libro fue ver el sábado cómo mi madre y mis tías, sin
tener familiares directos represaliados, lloraban al conocer la brutal represión
ejercida contra familias de las que fueron amigas en su infancia. Y ahí me di
cuenta del cambio de percepción sobre el pueblo que ahora tendremos muchos, una
percepción más triste pero, indudablemente, mucho más justa. Todo gracias a la
recuperación de la memoria de unos hechos que, intencionadamente, se han
mantenido ocultos durante demasiadas décadas.
Desde hace once años no puedo ya disfrutar de aquellas conversaciones
con mi abuela en las que yo intentaba sonsacarle historias de aquel período tan
trágico de la Historia
de España. Eran ratos dispersos, aprovechando algún despiste en las tareas
cotidianas, tanto en el pueblo como en Madrid, en las temporadas que pasaba en
casa. El sábado pasado recordé cómo se perdía su vista y se ralentizaba su voz
cuando su relato, por mi insistencia, bajaba de lo general a lo particular e
intentaba, siempre sin éxito, conocer casos concretos de represión que yo ya
iba conociendo de otros lugares. Mi abuela nunca se refirió a otros casos que
no fueran el de familias que perdieron a algunos de sus miembros en los frentes
de la guerra, como soldados. De lo demás, o no sabía o, sabiendo, guardó un
silencio absoluto, como así han hecho cientos de miles de familias en este
país. El sábado pasado mi sorpresa fue comprobar que yo no era el único que
desconocía tantos casos de represión; personas de sesenta, setenta u ochenta
años, también los ignoraban. Por eso, libros como éste, al igual que los muchos
que han ido escribiéndose a lo largo de los últimos años, tienen un valor
incalculable pues la mayoría se han escrito por el esfuerzo particular de sus
autores y de los testigos herederos de aquella barbarie, sin mucha colaboración
o ayuda por parte de administraciones e instituciones públicas.
No
habrá reconciliación posible ni cicatrización de heridas hasta que las víctimas
de la represión franquista tengan el reconocimiento y homenaje debido por parte
del Estado democrático de Derecho, algo que lamentablemente ningún Gobierno se
ha atrevido a hacer todavía. La
Ley de la Memoria
Histórica es un paso, sin duda, pero no el que hay que dar
para alcanzar la verdad, justicia y reparación que cientos de miles de familias
tienen derecho a recibir de un Estado democrático que ha superado los oscuros
tiempos de la dictadura, como así se ha hecho en otros países con experiencias
similares. La lucha de estas familias seguirá siendo la lucha de muchos de
nosotros que, sin rencor pero sin olvido, sin odio pero con dignidad, no
cejaremos en el empeño de ver reconocido públicamente el sacrificio de una generación
de españoles que intentó construir el primer Estado social y democrático de
Derecho de nuestra Historia. Mientras tanto, como decía mi abuela, “que no se
repita aquel odio”.
Gracias por tu artículo.
ResponderEliminarGracias Francí. Es un artículo magnífico.
ResponderEliminarNos ha encantado tu artículo a mí y a mi gente más cercana. Enhorabuena. Lo pondré en algunas páginas. Un abrazo.
ResponderEliminarMagnífico artículo amigo Francí.
ResponderEliminarQue chulo que haya gente que hace estas cosas ... ¿verdad?
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