Conversaba yo una tarde con un buen amigo sobre la diferente cultura
política entre los pueblos latinos de Europa y los pueblos germanos y nórdicos.
Metafóricamente, le sintetizaba la diferencia entre unos y otros con respecto a
lo colectivo, a lo que es de todos (la res
publica o cosa pública que llamaron los antiguos romanos). Le decía yo a mi
amigo, grosso modo, que en los países
del sur de Europa el ciudadano piensa de su vecino, amigo o familiar: “haz lo
que quieras con tus asuntos o negocios siempre que no me jodas”; mientras que en
los países nórdicos de Europa el ciudadano piensa de su vecino, amigo o
familiar: “haz lo que quieras con tus asuntos o negocios mientras no nos jodas
a todos”. Y de ahí se deriva toda una actitud política que lleva a unos y otros,
europeos del sur o del norte, a ser o no fiscalizados, a ser o no denunciados.
En una
emisión de La Sexta Noche ,
Íñigo Errejón, de Podemos, le decía a un contertulio que “la casta” había
convertido el Estado de Derecho en un desastre, y yo le apuntaba desde el sofá:
“en un Estado de desecho”. Esa es la percepción que hoy tiene la mayoría de
ciudadanos españoles ante la riada imparable de corruptelas políticas y
empresariales que se están sucediendo últimamente, semana tras semana, y que
recuerda a los últimos años de los gobiernos de Felipe González, cuando los
españoles nos desayunábamos, semana sí, semana también, con algún nuevo caso de
corrupción política, siempre aparejada a la corrupción empresarial. Hay dos pautas
que se repiten machaconamente: maridaje entre políticos y empresarios, y
corrupción absoluta allá donde hay mayorías políticas absolutas.
Le
decía yo a mi amigo que la corrupción en los pueblos latinos de Europa es
ancestral, forma parte de su Historia, de su cultura, está asociada a la
política como un mal menor o mayor que hay que soportar para que el Estado
funcione medianamente. Y esa corrupción en la política típica de los pueblos
latinos es la que, con profusión, exportamos los españoles a América Latina, cuando
la conquistaron y colonizaron nuestros antepasados. No es que no haya casos de
corrupción en el centro y norte de Europa –con muchísima menor frecuencia,
desde luego-, que los hay, sino que la diferencia en la reacción de gobiernos y
ciudadanos es tan abismal que, en nuestros territorios latinos y mediterráneos,
hemos hecho de esa corrupción un motivo más de resignación, costumbrismo y
humor. Hasta ese punto nuestros pueblos, cálidos y familiares, están sometidos
al chantaje de la política, a su -parece que permanente- simpatía con el lucro
y la mentira.
La
corrupción político-empresarial va ligada, sin duda, al poder y al dinero. “De
donde no hay no se puede sacar”, que dice el refranero popular. Y así, la
conquista de América –con el sistema de encomiendas-, la industrialización del
XIX –con su financiación pública y su gestión privada-, el desarrollismo
económico de la segunda mitad del franquismo, la europeización iniciada en los
ochenta con los fondos de cohesión comunitarios y, finalmente, la expansión
ligada a la burbuja inmobiliaria de las dos últimas décadas, dibujan los
períodos más excelsos de la
Historia de la corrupción política en España.
Sin
embargo, el neoliberalismo tan desmedido con el que se ha acompasado la globalización
económica en nuestro país ha llevado a los corruptos a cometer desmanes sin
medida ni contención, amparados en un bipartidismo que todo lo controlaba y con
el que se creían a salvo corruptores y corrompidos. Griegos e italianos saben bien
de lo que hablamos en España. Ahora nos toca a nosotros, parece, y la
democracia liberal, el Estado de Derecho, tan controlado por el poder económico
y financiero, comienza a resentirse tras décadas de impunidad. Porque, no lo
olvidemos, las leyes contra los corruptos las han ido haciendo los mismos
políticos que sabían que tendrían que aplicarlas contra ellos jueces y
fiscales. Y de aquellos barros, estos lodos, como también nos ilustra el
refranero popular.
Sin
embargo, parece que esta Gran Recesión iniciada en 2008 ha desnudado los
entresijos de lo que, en ciertas latitudes, ha intensificado dicha crisis
económica y, apabullados, los ciudadanos nos hemos despertado de un sueño en el
que dormíamos tranquilos. Afortunadamente, la tolerancia con la corrupción se
está resquebrajando y ya, votantes de izquierda o de derecha, parecen
dispuestos a no asumir -en este escenario de recortes y empobrecimiento- ni una
excusa más contra los corruptos que se han llenado los bolsillos en connivencia
con los gestores públicos, en quienes votantes de unas y otras opciones han
depositado su confianza para administrar lo que es nuestro, lo que es de todos.
Así, el análisis que desde cierta izquierda se hacía de esta crisis
económica se revela ahora certero y demoledor. Dicha crisis, en España, se
agrandaba por un cáncer concreto: la falta de control, de transparencia, en la
gestión de lo público, y la falta de responsabilidad penal y civil en los
procesos judiciales contra los corruptos, que no devuelven lo robado o beneficiado,
y que además no cumplen en prisión el tiempo proporcional a la traición cometida
en la confianza de los ciudadanos que, además, les han pagado durante años su
sueldo público. “Hay que cambiar el sistema político”, decían dos alcaldes del
PP esta semana, tras el escándalo Granados. Bienvenidos a la familia de los
antisistema y populistas. Parece que no se creían que el sistema había tocado
fondo…
Y
cambiar el sistema no es limitar o acabar con la democracia, como falsamente
acusan peperos y sociatas a los de Podemos y
Ganemos. Cambiar el sistema es mejorar la democracia, haciéndola más
transparente y poniéndola al servicio de los ciudadanos para que éstos puedan
fiscalizar la gestión de lo público que hacen unos cuantos representantes
políticos que esos ciudadanos han elegido en unas urnas, ya que con ese mandato
dichos representantes nombran asesores, directivos y cargos de confianza para
administrar la res publica. De eso se
trata, entre otras cosas. De mejorar la democracia, ampliándola, abriendo el
foco a la ciudadanía, para que pueda observar lo que pasa dentro de esa
democracia y para que pueda denunciar lo que se corrompe a la mínima sospecha.
Puertas y ventanas abiertas o transparentes…
Solo Podemos, con su denuncia clara y meridiana, con su metodología
interna y con sus propuestas de control ciudadano, podrá emprender la
regeneración del sistema, el reseteo de nuestra democracia, que inicialmente
anunció Equo. Y, por supuesto, IU tendrá que sumarse, si no quiere caer también
con PP y PSOE, por acompañamiento sospechoso o resignado en ciertos gobiernos
que sostienen con su coalición o apoyo parlamentario. Y muchos otros partidos
políticos, claro que sí, tendrán que unirse a ese proyecto de todos por salvar
nuestra democracia, por rescatarla de los que quieren seguir secuestrándola
para beneficio propio o partidista.
Hay
que endurecer las leyes, sin duda; hay que dotar de más medios a la Justicia y a la Fiscalía ,
independizándola definitivamente del Gobierno; hay que encarcelar a los
corruptos hasta que devuelvan lo que han robado; hay que expulsarlos
inmediatamente de los partidos; hay que poner en manos de los ciudadanos y no
de las administraciones los concursos, contratas y adjudicaciones públicas, a
modo de jurados populares. Hay muchas cosas que se pueden hacer para limpiar la
política de corruptos, pero nada se conseguirá si los políticos, y solo ellos,
se siguen controlando a sí mismos. Ha llegado la hora de que los ciudadanos
entren en política, por tiempo tasado y sin hacer de la misma una profesión
vitalicia. Ha llegado la hora también de que los ciudadanos fiscalicen la
actividad política, desde fuera y sin intereses en la gestión pública. Y eso
solo podrán llevarlo a cabo aquellos partidos políticos que nos ofrezcan nuevas
ideas, nuevos gestores y nuevos métodos para atar en corto a los administradores
de lo público. Cada vez más gente se da cuenta de quiénes son esos partidos
porque cada vez más gente tiene presente aquel cartel que el 15M hizo tan
popular: “no hay pan para tanto chorizo”.
Buenísimo!
ResponderEliminarel juego de palabras es muy atinado. Me propongo utilizarlo, junto con el ya comocido "estado de derecha"
ResponderEliminarDesgraciadamente tiene toda la razón.
ResponderEliminarUn magnífico artículo compañero y amigo Francí.
ResponderEliminarTodos los partidos sin excepción del régimen del 78 han quedado superados, incluso IU al que el último sondeo de Metroscopia le da un ridículo 3,8%. Y es que las soberbias de IU las han de pagar, sus soberbias y su falta de olfato político al no entender, como el PP-PSOE que estamos en una verdadera revolución democrática en la que hay que cambiar de metodología y para la cual partidos-casta transformados en oligarquías ya no nos sirven.
La revolución de Podemos afecta hasta el lenguaje, ninguna palabra prostituída por la casta ya sirve. Todo lo que huela a inclusión de la casta en algún término ha quedado fuera de juego; incluso la misma palabra izquierda se ha quedado obsoleta por esta razón, pues al decir izquierda se puede entender que comprende al PSOE y a IU, organizaciones de las que ya recela, y mucho, la ciudadanía.
Las revoluciones verdaderas, se dice, que son las que también afectan al lenguaje y esta lo está siendo.
Mi más sincera felicitación amigo Francí.
Es cierto, uno mi felicitación a la tuya, Javi. Y también es cierto que toda una revolución comporta una semántica propia, ya que nuevos términos, nuevos conceptos y nuevos juicios de valor, nacen de ella. Pierden a la vez valor otros términos, conceptos y juicios que son superados por la realidad de cada día.
ResponderEliminarZorionakkk Francí!! Muy buen artículo.Muy oportuno . Combina muy bien la denuncia y la propuesta.
ResponderEliminarLa Ciudadanía al poder.Ese es el camino.
Muy acertado. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarMuy bueno...me gusta...¿un mundo así seria real? Todo se andará.
ResponderEliminarbueno artículo, felicidades
ResponderEliminar