http://www.sanborondon.info/content/view/67641/1/
http://www.nuevatribuna.es/opinion/franci-xavier-munoz/
http://www.lacasademitia.es/articulo/firmas/
http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article86789
Afirman algunos historiadores y politólogos
que el comportamiento político de los españoles en su Historia Contemporánea
está sometido a bandazos periódicos e inesperados, que sorprenden a propios y
extraños. Así fue, por ejemplo, a lo largo de todo el siglo XIX, un siglo tenso
e inestable que vio suceder períodos liberales y absolutistas durante su primer
tercio, y períodos conservadores y progresistas durante los dos tercios
siguientes, una vez asentado el régimen constitucional-liberal, que no
democrático pues no votaba más del 15% de la población. Otro tanto sucede
durante el primer tercio del siglo XX, cuando una noche España se acuesta
monárquica y a la mañana siguiente se
despierta republicana, sucediéndose también durante dicho régimen
político el gobierno alternativo de las izquierdas, primero, las derechas
después, y nuevamente las izquierdas. Desde la recuperación de la democracia en
1977 los españoles practicamos ya con normalidad la sana costumbre de votar por
la alternancia política, que parece ser la seña de identidad de todo régimen
democrático debidamente asentado y consolidado.
Sin embargo, las alternancias políticas
siempre se deben a un número determinado de votantes, que en nuestro país
oscila entre dos y tres millones, según diversos análisis postelectorales. Dichos
estudios suelen coincidir en que ese grueso de electores está formado,
fundamentalmente, por jóvenes votantes que alcanzan su mayoría de edad en cada
convocatoria electoral, y también por votantes ya veteranos, situados bien en
la moderación bien en la volatilidad, sea por convicción, indiferencia o falta
de pasión ideológica. Parece ser que la alternancia política brusca se da,
sobre todo, cuando el grupo de votantes formado por jóvenes, por moderados y
por volátiles ejercen con indignación su derecho al voto, fruto de una acción
de gobierno decepcionante, y además lo ejercen en una misma dirección.
Algo de razón deben tener estas teorías
cuando, en los últimos once años, hemos asistido a tres batacazos electorales,
que han dejado a los partidos de Gobierno noqueados y desorientados durante un
tiempo. Le pasó al PP en 2004 cuando, después de dos legislaturas de gobierno,
perdió la mayoría absoluta de la que disfrutaba y, además, pasó a la oposición,
sentando un precedente histórico desde la recuperación de la democracia en
1977. Le pasó al PSOE en 2011, cuando perdió de forma estrepitosa las
elecciones municipales, autonómicas y generales, traspasando al PP la mayor
cuota de poder político a un solo partido, sentando también un precedente
histórico desde 1977. Y le ha vuelto a pasar al PP el pasado 24 de mayo cuando,
a pesar de ganar las elecciones municipales y autonómicas, la previsible
pérdida de poder territorial que va a experimentar le va a devolver a cuotas de
poder similares a las que tuvo en 1991, es decir, ¡hace veinticuatro años! La expresión
que mejor resume el cataclismo es la de Rita Barberá: “¡qué hostia… qué
hostia!”.
Aunque a un partido se le castigó la
soberbia y a otro la rendición, básicamente creo que en 2004 se castigó la
mentira, en 2011 la ineficacia, y ahora en 2015, los recortes y la corrupción,
no siendo ajenos los unos de la otra. Ese cuerpo de votantes formado por jóvenes,
por moderados y por volátiles que mayoritariamente, según algunos politólogos,
dan y quitan los gobiernos, ha dicho ahora alto y claro que no quiere más
recortes ni más corrupción, y para eso ha abierto las instituciones políticas a
nuevos partidos en los que ha depositado la confianza para, creo yo, dos cosas
fundamentales: una, controlar a los grandes y veteranos partidos tradicionales
para que no sigan cayendo en la corrupción, y otra, para implementar políticas
de progreso y rescate ciudadano, allí donde las instituciones son más cercanas
(ayuntamientos, diputaciones provinciales y comunidades autónomas).
Se abre ahora una nueva etapa política en
la que, obligadamente, se debe recuperar la cultura democrática del diálogo y
el pacto político, esa cultura de la transición que no hace mucho reclamaban
algunos dirigentes de los dos grandes partidos pero que negaban a los nuevos partidos
emergentes, a los que trataban despectivamente como partidos demoscópicos.
Ahora son ya partidos institucionales, y la utilidad de la democracia los ha
convertido no solo en imprescindibles sino también en necesarios. Claro está
que dichos partidos emergentes tendrán que hilar muy fino los pactos para no
salir perjudicados, pues hasta ahora la experiencia nos dice que en los gobiernos
de coalición, pactos de legislatura o acuerdos de investidura, el partido que
visibiliza la acción de gobierno suele ser el más beneficiado.
Con respecto al criterio para la elección
de alcaldías, presidencias autonómicas o de diputaciones provinciales, creo que
en las opciones de progreso debe respetarse siempre la lista más votada. Por
ejemplo, lo más democrático sería que la alcaldía de Valencia recayera en
Compromís, así como la presidencia de la Comunidad Valenciana
en el PSOE. Igualmente, en Madrid, la alcaldesa de la capital debería ser
Manuela Carmena, de Ahora Madrid, y el presidente de la Comunidad , Ángel
Gabilondo, siempre que Ciudadanos se sumara a un proyecto político de cambio y
progreso. O, abundando en los ejemplos, la presidencia de Aragón debería ser
para el candidato del PSOE, así como la alcaldía de Zaragoza para el candidato
de Zaragoza en Común. Los candidatos de terceras y cuartas listas de progreso
que se postulen para alcaldes o presidentes autonómicos deben meditar si no
están dando un mal ejemplo de ambición de poder o de deseo de pertenencia a la
famosa “casta”.
Otra de las exultantes conclusiones de
estas elecciones municipales y autonómicas creo que es la percepción de Podemos
como un partido de izquierda alternativa pero no radical, alejado de los extremos
adonde lo han querido situar los voceros de la derecha extrema y los medios
neoliberales. Quizá su campaña de descrédito haya contribuido mejor que ninguna
otra a la consolidación del partido en el escenario de la política decisiva.
Paradójicamente, parece que los electores sitúan ahora a IU más a la izquierda
de Podemos, recogiendo este partido aquel voto entre PSOE e IU que quería
recoger Equo en su manifiesto fundacional.
Los españoles, por fin, nos hemos sacudido
la desafección y la tristeza a las que nos habían conducido los gobiernos
absolutistas del PP y hemos devuelto la política a la centralidad de nuestras
vidas, demostrando que el voto es el instrumento más útil para cambiar
gobiernos y la política, la herramienta necesaria para intentar solucionar los
problemas de la mayoría social. Los españoles hemos vuelto a demostrar que,
cuando queremos, podemos, y los que nos gobiernan mal, ¡que se jodan!, como
dijo a los desempleados la diputada del PP, Andrea Fabra, cuando Rajoy anunció
los recortes a su prestación económica. Ahora son muchos de ellos los que le recortan
el poder al PP.
Estoy muy de acuerdo en tu publicación, aunque no tengo aun muy claro si PSOE (pacta con el grupo de Carmena, para que sea alcaldesa), es "casta" y se ha manifestado públicamente Pedro Sanchez, comentando que no estaba en la línea de Podemos. Me pregunto,¿pactaran?,¿Pedro Sanchez ha mentido? Y por otro lado, el grupo que encabeza,M. Carmena, realmente, ¿a quién representa?,¿a tres grupos?.
ResponderEliminarmuy buen articulo
ResponderEliminarTodavía no lo tengo yo claro en el ayuntamiento de Madrid.
ResponderEliminarLa Espe es experta en pucherazos.
Veremos
Siempre en la vanguardia de los acontecimientos. Me ha gustado su art.
ResponderEliminarsolo está un poco raro en matemáticas, pero siempre se ha dicho que a
veces dos más dos no son cuatro.
Muy buen artículo Francí. Zorionak!
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