miércoles, 22 de septiembre de 2010

MEMORIA EN CORTO | M.G.

Ayer por la mañana vi una foto de M.G. en el periódico. Leí su nombre en el pie de foto y pensé: "mira, como mi amigo". Luego vi su imagen y dije: "¡joder, pero si es mi amigo!". Me alegró verlo igual que estaba entonces, 1998, cuando perdimos el contacto. Pero me alegró mucho más comprobar que se estaba dedicando a la representación sindical en el ámbito de la función pública. Pensé que, al final, había encontrado un buen cauce a su sensiblidad sociopolítica, de la que tanto hablábamos en aquellas noches de bares y discotecas, en aquellas tardes de cafés y cines, en la calma de una sobremesa en casa o en tantas conversaciones telefónicas. "Tienes una voz muy erótica, de locutor de radio", recordé que me decía casi siempre que descolgaba el teléfono. Me vinieron a la memoria bastantes imagénes de momentos captados por las cámaras fotográficas de carrete que utilizaba entonces y que, ahora, reposan en esos álbumes que ya casi nunca visito y que acumulan cada vez más polvo. Busqué en Internet la página web de su sindicato y envié un correo para ver si lograba ponerme en contacto con él lo antes posible. Después, escuché dos veces la canción de Alberto Cortez que lleva su mismo nombre de pila,  y que yo le grabé en alguna de las cintas que le regalé al principio de nuestra amistad, cuando la magia de nuestro encuentro, la fascinación inicial y la duda de un coqueteo intelectual y afectivo, hicieron de aquellos primeros meses un tiempo de ilusión, deseo y poesía. Después, el tiempo fue poniendo las cosas en su sitio, cerrando puertas a una aventura imaginada y soñada en el ámbito solitario y estrecho de una habitación acostumbrada a convivir con los sueños y quimeras de un hombre permanentemente enamorado. Durante muchos años mantuve colgados en las paredes de esa habitación los dos pequeños poemas enmarcados que M.G. me escribió con motivo de dos de mis cumpleaños, que alimentaron todavía más una duda siempre irresuelta. Hace poco tiempo los tuve que trasladar a la casa del pueblo y allí descansan ahora, sobre una pared llena de recuerdos. Nuestro reencuentro, de producirse, sería otra vez un encuentro, pues ya no somos los mismos de entonces, aunque valdría la pena celebarlo, sabiendo que, ahora, nuestros sueños y quimeras han cambiado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario