Publicado en
CONSTRUYENDO LA IZQUIERDA el 29/05/2012
En la recién celebrada cumbre informal del Consejo Europeo ha habido expresiones de satisfacción por el final del directorio Merkozy. La creación de este directorio germano-francés fue una de las sorpresas que generó la respuesta de los mandatarios comunitarios a la crisis económica. Algunos asistentes a esta cumbre informal han revelado la comodidad con la que han asistido a dicha reunión, por primera vez en mucho tiempo, sin tener de antemano todas las decisiones tomadas, lo que venía ocurriendo desde hace años en todas las convocatorias del Consejo Europeo, tanto de ministros como de jefes de Estado y de Gobierno. La canciller alemana, Angela Merkel, y el expresidente francés, Nicolas Sarkozy, tenían la culpa pues habían erigido entre los dos un directorio que se interponía entre todas las instituciones comunitarias y que, además, se imponía a todos los gobiernos de
Este último había, por fin, corregido en
parte el déficit democrático que se achacaba siempre a la Unión Europea , al dotar a su
Parlamento de mayores facultades en la toma de decisiones, junto a la Comisión y al Consejo. El
Tratado de Lisboa diseñaba, así, una división de poderes más equilibrada entre
las tres instituciones comunitarias. Sin embargo, la crisis económica hizo
saltar por los aires esta arquitectura, quizá por la rapidez en la toma de
decisiones que se exigía a los gobiernos, pero quizá también por el interés
mutuo que Alemania y Francia tenían en la solución de la crisis, ya que sus
bancos eran los acreedores más importantes de algunos países del euro afectados
por la misma. Sea como fuere, Merkel y Sarkozy se prestaron rápido a diseñar un
directorio que tomara las decisiones por los demás y las llevara ya cocinadas
al resto, sin apenas discusión.
Junto a este directorio germano-francés
hizo aparición otra instancia de poder, esta vez económico, la famosa troika formada por la Comisión Europea
(CE), el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Troika que no hay que confundir con la troika que agrupa al país que preside
por turno la UE ,
junto al que lo antecede y al que lo sucede. Esta última troika, que podríamos llamar política,
ha tenido poco que decir en estos años de crisis. La troika que sí ha tenido protagonismo y poder ha sido la primera, la
que podríamos llamar troika económica, pues
al fin y al cabo hizo acto de aparición para asignar los rescates a Grecia,
Irlanda y Portugal, y supervisar los ajustes en el déficit público y los
recortes en dichos países.
Ya en marzo del año pasado publiqué en otro
medio la necesaria reforma política que, en mi opinión, había que acometer en la Unión Europea. En aquella
ocasión, que no fue la primera, mi reflexión vino motivada por el rechazo de la
oposición parlamentaria portuguesa al plan que había diseñado el Gobierno de
Sócrates con la troika económica, sin
haberlo consultado previamente con el resto de partidos políticos. La troika, el brazo armado del directorio
Merkozy, actuaba sin contemplaciones por tercera vez en poco tiempo en el seno
de la Unión ,
sin someter a elaboración previa en los parlamentos nacionales unas medidas
económicas y financieras que afectaban notablemente al conjunto de la
ciudadanía, sustrayendo a los representantes de la voluntad general la mínima
participación en la toma de decisiones políticas. Algunas voces europeas
hablaban de una nueva colonización germano-francesa o, incluso, de una nueva
concepción de la guerra en el siglo XXI, viendo a la troika como un ejército, reducido pero inmensamente poderoso, que invadía
un país y lo doblaba financieramente.
El ex vicecanciller alemán Joschka Fischer
llegó a proponer la creación de un Parlamento en el seno de la Eurozona , a imagen y
semejanza del Bundesrat alemán, donde
los representantes fueran enviados por los distintos parlamentos nacionales y
no elegidos por sufragio directo. Se trataba, al menos, de crear una instancia legislativa
para las políticas económicas, financieras o fiscales a implementar en la zona Euro.
Al margen de esta propuesta, que considero muy razonable, yo proponía que la Comisión Europea
surgiera del Parlamento Europeo, tras una propuesta de candidatos a presidir
dicha Comisión por parte de los distintos grupos parlamentarios, en función de
los resultados obtenidos en las elecciones europeas. Así, al menos, los
partidos políticos que se presentaran a las elecciones podrían agruparse
previamente y presentar en todos los países comunitarios a un candidato único por
grupo político para presidir la Comisión
Europea. Una vez elegido el presidente de la Comisión en el seno del
Parlamento, dicho presidente nombraría a los miembros de la Comisión , tras el visto
bueno de la Eurocámara ,
como sucede en la actualidad. De esta forma, los comisarios podrían incluso
representar a los grupos parlamentarios que hubieran apoyado a un candidato, formando
así lo que se llamaría una Comisión multicolor.
Esta reforma tendría que ir acompañada de otra
mucho más importante que asignaría mayores atribuciones a la Comisión Europea
para que ésta fuera un auténtico gobierno comunitario y que si, al menos, no se
pudiera imponer al Consejo Europeo, sí estuviera como mínimo en pie de igualdad
con él. Y, por supuesto, por encima de cualquier directorio que pudiera emerger,
para no repetir la experiencia Merkozy. La Unión Europea , a
pesar de las mejoras introducidas por el Tratado de Lisboa, sigue incurriendo
en un severo déficit democrático cuando son los gobiernos comunitarios quienes proponen
al presidente permanente del Consejo Europeo y, también, al presidente de la Comisión. Ambas
instituciones comunitarias no dejan de ser, en el fondo, órganos de poder
aristocráticos, donde sus titulares son propuestos a dedo por los jefes de
Estado y de Gobierno de la Unión ,
y ratificados después por los partidos de gobierno representados en el
Parlamento Europeo. Que, al menos, una de esas instituciones, la Comisión , sea dirigida
por alguien que se ha presentado a un sufragio universal y directo y que,
después, ha sido votado mayoritariamente por un parlamento democrático, haría
renovar en parte la confianza ciudadana en el proyecto comunitario europeo.
Por todo ello, resulta reconfortante seguir
escuchando y leyendo voces que reclaman la reforma de la Comisión Europea
para que se convierta en un auténtico Gobierno comunitario, legitimado por la
voluntad popular, aunque sea para ejercer de contrapeso al Banco Central
Europeo y no solo al Consejo, como defiende una de esas últimas voces, la de
Javier Tajadura Tejada, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad del País
Vasco. A su voz, como a la mía, se suman otras muchas y se irán sumando,
seguramente, muchas más.
© Francí Xavier
Muñoz, 2012
Cuitas e ideas
de un soñador desvelado. Vol. II
Muy bueno amigo Francí, ya lo he difundido a través del Facebook.
ResponderEliminarAplaudo tu reflexión. Europa no es sin gobierno comunitario más que un fraude intencionado de unos sobre otros.
ResponderEliminarSaluds