Acudí al
cine movido por la curiosidad de descifrar el enigma de la decisión del
ejército alemán que salvó la vida al ejército aliado en Dunkerque, pues no me
gusta el género bélico pero me apasionan las tramas políticas, y creo que en
Dunkerque hubo de las dos cosas. Sin embargo, salí del cine sin descifrar el
enigma de aquella decisión de detener el avance del ejército alemán durante
tres días, que dio una inesperada ventaja al ejército aliado para organizar la
evacuación de sus tropas. Pero también salí del cine enamorado de una manera
distinta de contar batallas, de un estilo novedoso de narrar episodios bélicos
sin estridencias ni exageraciones, sin ruido innecesario y sin engordados
heroísmos que hacían de este género cinematográfico uno de mis prescindibles.
Hasta hoy. El director Christopher Nolan y su músico de referencia, Hans
Zimmer, han conseguido que me comience a interesar por algunos de los clásicos
de este género, en el que ya ocupa un puesto relevante la película que ambos
bordan.
En Dunkerque
se decidió el rumbo de la II Guerra Mundial. No fue la única vez pero sí una de
las más decisivas. Dos factores permitieron al ejército británico salvar la
cara: la extraña orden alemana de detener el avance de su ejército y la
solidaridad del pueblo británico, que se echó al mar para salvar a los suyos de
un seguro aplastamiento bajo las tropas de Hitler. El momento más emotivo de la
película fue, para mí, ese en el que aparecen en escena todas las pequeñas
embarcaciones inglesas que jugaron un papel imprescindible en la evacuación.
Estamos ante una película que hace historia en el género bélico y esa es la
sensación que tuve en todo momento mientras la contemplaba. Me decía
"estoy ante algo distinto a lo ya visto". Christopher Nolan deslumbra
en su primera incursión en este género. Hace cine del bueno, primando la imagen
sobre los diálogos, y dejando que sean la música, los sonidos y el silencio los
que dirijan prácticamente la acción y la tensión narrativa, transmitiendo así
la precisa angustia colectiva que unos trescientos mil soldados aliados
sufrieron en las playas de Dunkerque entre mayo y junio de 1940, a la espera de
ser evacuados lo antes posible. Aún así, muchos murieron, pero la conjunción de
circunstancias favorables permitió una digna sobrevivencia a los soldados
británicos, franceses, belgas, holandeses y polacos que se vieron atrapados en
aquella trampa mortal.
La acción
se cuenta en tres tiempos (una semana, un día y una hora antes del milagro) y
en tres espacios (tierra, mar y aire). No hay historias individuales relevantes
sino una sola colectiva, la de las tropas aliadas angustiadas y muertas de
miedo y la del pueblo británico solidario, que demostró en aquella contienda
una unidad a prueba de bomba, nunca mejor dicho. Sin abuso de disparos ni
explosiones, sin abuso de sangre, sin abuso de heroísmo, Nolan va desplegando
sus recursos para hacer arte y espectáculo de un hecho de la vida real y
demuestra que la Historia guarda suficientes episodios como para rodar buenas
películas de acción, aventuras o terror sin necesidad de desbordar los límites
de la verosimilitud en despliegues fantásticos que a mí, particularmente, me
aburren. Su película, lógicamente, tiene un punto de vista sobre aquella guerra
y es evidente cuál, pero además su estreno parece lanzar un mensaje de unidad y
solidariad a ambas orillas del Canal de la Mancha, justo cuando se comienza a
negociar el Brexit. Como en otras ocasiones en la Historia, parece que el
director quiere decir que el destino de Gran Bretaña va unido al de Europa y
viceversa.
Estamos,
pues, ante una obra maestra del cine. Por su hechura, por sus intepretaciones,
por sus secuencias y planos, por su música... Siempre hay cosas mejorables,
también aquí, pero no fallos que te echan abajo la sesión. © FXM
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