domingo, 28 de noviembre de 2010

MEMORIA EN CORTO | Desigualdad subsanada

Me lo recordó, de nuevo, sin reproche alguno, sino sólo para hacer constar su desventaja. Fue un comentario bienintencionado, al hilo de una conversación en la que, al parecer, la hora era importante. Ah, sí, ya me acuerdo. Fue porque mi padre había trasteado en el reloj digital que mi madre tiene en la cocina, y lo había estropeado, según ella. Desde luego, ya no aparecían los números en la pantalla. Así que, al ir a casa de U.E., pasé por la joyería de siempre y dejé ese reloj y otro mío que llevaba ya casi un año sin pila. Me atendieron muy bien, recordando perfectamente que somos clientes habituales. Por eso nos hacen un ligero descuento, que se agradece mucho. Al salir, me fijé en él. Lo vi destacar sobre los demás, aunque no era mejor que los otros. Pero su tamaño, grande como a mí me gustan; su esfera, redonda y deportiva; sus números, bien destacados... Todo en él me gustó. Me agaché a ver el precio y no podía creerlo. Comparado con el precio habitual de los relojes de esa marca, era una buena ocasión. Entré de nuevo y pedí verlo de cerca. Me enseñaron otros dos similares, de otra marca buena, al mismo precio, pero elegí el que primero me había llamado la atención, de la marca L.... U.E. estaba tumbado en el sofá, descansando. De espaldas a mí, no pudo ver cómo le ponía la caja sobre su estómago, y le cambió la cara. Sonrió con ese gesto aniñado, infantil e inocente que siempre tiene, movió la caja y adivinó que era un reloj. Eso es que lo estoy haciendo bien, me dijo. Y, efectivamente, no me puedo quejar. Le gustó mucho, porque era el primero redondo que tenía y porque el color también era distinto a los otros dos. Ahora ya estábamos en igualdad de condiciones. Tres buenos relojes cada uno.

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