La gestión de la Gran Recesión ha seguido más o
menos la siguiente secuencia: primero, los poderes financieros exigen a los
gobiernos ayuda económica y solapamiento de cualquier responsabilidad en la
crisis generada; segundo, los gobiernos se pliegan a esas exigencias, renuentes
o convencidos, pero firmes y decididos a salvar a las entidades financieras de
la quema; tercero, los sindicatos mayoritarios se conforman con protestar y
hacer patente su disconformidad con la salida a la crisis pero sin hacer sangre
por la situación generada a las clases medias y populares. Los poderes
financieros, al fin y al cabo, han luchado a brazo armado por sus intereses.
Los poderes representativos –gobiernos, principalmente- han defendido también
sus intereses, presos entre dos fuegos cruzados, el del poder financiero y el
de la calle. Finalmente, las grandes organizaciones sindicales, que son las
últimas depositarias de los intereses de las clases trabajadoras, no han hecho
uso del último recurso que podía haber impedido los recortes al Estado del
bienestar en el sur de la eurozona, pues renunciaron a convocar una huelga
general unitaria en los llamados países PIIGS o GIPSI (Grecia, Irlanda,
Portugal, España e Italia).
Para colmo, los ciudadanos de la eurozona
hemos comprobado, además, cómo una parte sustancial de nuestra soberanía
nacional nos era usurpada por unas instituciones de gobierno económico que no
habían sido elegidas por sufragio universal libre, directo y secreto. Me
refiero a la llamada troika, formada
por la Comisión Europea ,
el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. Todo ello dirigido
y orquestado, además, por un solo gobierno, el alemán, que se ha erigido como
el director de toda esta orquesta que toca cada vez más desafinada. La troika se alía con los mercados y los ciudadanos del euro
descubrimos que nuestros gobiernos ya no son autónomos ni soberanos, pues
tienen que recurrir a los grandes inversores privados para financiarse,
aceptando sus condiciones y, cuando se desvían de las reglas impuestas, son los
mercados quienes acuden a la troika para que impongan a esos
gobiernos duros correctivos en forma de rescates que conllevan,
inevitablemente, reformas estructurales, que no son otra cosa que dentelladas
al Estado del bienestar, sean prestaciones o derechos. Todo este maridaje entre
mercados y troika bien cocinado, eso sí, por los respectivos expertos
universitarios y mediáticos de las finanzas, que nos sirven todos los días sus
recetas desde los grandes medios de persuasión, como dice el profesor Vicenç
Navarro.
Después de habernos quitado las vendas de
los ojos y después de comprobar que nos han robado la soberanía económica y que
el invento del euro consistía básicamente en esto, en tener bien atrapados a
los gobiernos por donde menos escapatoria tienen, por las finanzas, miramos a
nuestro alrededor y vemos dos escenarios: uno, en el que la izquierda
tradicional se queda muda; otro, en el que la izquierda alternativa sigue a lo
suyo, a partirse la cara por ver quién es más genuinamente de izquierdas. Ni una
izquierda ni la otra se preocupan seriamente por hacer frente de manera
unitaria al gran pulso que el capitalismo financiero está echando a las
democracias liberales.
Aún así, somos muchos quienes pensamos que
estamos ante una etapa que bien podría ser la del final del capitalismo, tal y
como lo hemos concebido hasta hoy. Somos muchos quienes creemos que, por fin, habría
llegado la hora del socialismo -entendido como poder de la sociedad- frente al
último minuto del capitalismo –entendido como poder del capital. Sin embargo,
algunos pensamos que éste aún está en disposición de luchar por su
supervivencia, forzando al Estado social y democrático de Derecho a dar una
vuelta de tuerca que lo devuelva a sus orígenes liberales, en lo que sería una
nueva etapa histórica del Estado de Derecho, la del Estado neoliberal. Frente a
este reto, la izquierda tradicional y la izquierda alternativa deberían
articular una respuesta clara y contundente que no solo conllevara nuevas
formas de organización política para la sociedad sino, sobre todo y
principalmente, que condujera a nuevas formas de organización económica de la
sociedad. Frente a ese Estado neoliberal de Derecho la izquierda en su conjunto
tendría que confrontar el Estado igualitario de Derecho, un Estado donde la
igualdad material en la ley, la igualdad de oportunidades, sea el valor
superior del ordenamiento jurídico-político y moral que conforme las
estructuras económicas y políticas que organicen una nueva sociedad que supere
las contradicciones, las limitaciones y las injusticias de un Estado neoliberal
y de una economía exclusivamente capitalista.
Un Estado igualitario de Derecho se podría
definir como un Estado democrático socialista, entendiendo el socialismo como
un ordenamiento económico, jurídico y político donde el poder lo detenta la
sociedad y no el capital. Un Estado igualitario de Derecho se podría construir
sobre una auténtica economía de libre mercado con responsabilidad social y no
sobre el falso mercado de libre competencia que nos vende el capitalismo
financiero y su ideología política, el neoliberalismo, que no es otra cosa que un
gran mercado donde los oligopolios y los monopolios de las grandes
corporaciones se hacen con casi todo el mercado y con las reglas de juego del
mismo. En un Estado igualitario de Derecho un minero, un albañil o un cajero de
supermercado elegirían libremente esas profesiones y no se verían obligados a
ejercerlas por una sociedad que les robó las oportunidades para ejercer otras
profesiones distintas. En un Estado igualitario de Derecho el Estado del
bienestar se iría ampliando progresivamente -no reduciendo- en función de las
nuevas necesidades sociales, para ir cubriendo la mayor parte de las demandas
materiales de los ciudadanos, de forma que la atención de dichas demandas no
suponga la retracción de otras demandas intelectuales o espirituales. En un
Estado igualitario de Derecho las retribuciones salariales se asignarían en
función del esfuerzo mecánico o intelectivo de cada puesto de trabajo y de unos
objetivos éticamente conseguidos, evitando las enormes desproporciones
salariales entre categorías profesionales que la economía capitalista convierte
en depredadoras metas vitales. En un Estado igualitario de Derecho la economía
estaría al servicio de la sociedad y no al contrario, lo cual requeriría
inevitablemente que el poder político regulara los excesos que algunos agentes
económicos estarían siempre dispuestos a cometer, como hemos comprobado en esta
última gran crisis económica.
Aquella refundación del capitalismo que
anunció el expresidente de Francia, Nicolas Sarkozy, y que se quedó en mero
eslogan publicitario para distraer la atención del gran público, bien podría
convertirse en una refundación del socialismo que, por supuesto, se llevara por
delante y superara el sistema económico que nos ha dominado desde tiempos
inmemoriales. Muchos pensamos que no hay que refundar el capitalismo sino
acabar con él refundando el socialismo como ordenamiento económico, jurídico y
político en el que prime y mande la sociedad, regulada en forma democrática participativa
y no meramente representativa, entendiendo por democracia participativa una
democracia representativa en la que existan mayores controles por parte de la
sociedad civil y mayor participación de los ciudadanos. La izquierda
tradicional y la izquierda alternativa tienen, como se ve, mucho trabajo por hacer
si no quieren que esta crisis se las lleve también por delante. Y en la
formulación de un nuevo Estado de Derecho, de una nueva forma democrática de
organización política y económica, está el principio del fin del abismo. El
Estado igualitario de Derecho bien podría ser el nombre que alumbrara ese nuevo
Estado democrático y ese nuevo sistema económico. Pero podemos ponerle otro.
© Francí Xavier Muñoz, 2012
No me busques que me encuentras
Cuitas e ideas de un soñador
desvelado. Vol. II
"La izquierda tradicional y la izquierda alternativa tienen, como se ve, mucho trabajo por hacer..." ¿cuando piensan ponerse a ello?...El tiempo pasa...
ResponderEliminaresto se llama decir las cosas serias y con condimento, que desperdiciaditos que estamos de verdad....... Nos merecemos estar en otro sitio pero YA.
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