Cruzaron nuestros ríos desolados.
Abrieron las puertas de nuestra casa.
Volaron en nuestro viento sin rumbo.
Apagaron la luz de nuestro entorno.
Tu pecho lo han separado del mío.
Tu boca han cerrado a mis besos.
Tu cuerpo han alejado de mi lecho.
Han destrozado el paisaje que nos alumbraba.
Han derribado el muro.
Tu boca,
mar y nieve en mi arena desterrada.
Tu pecho,
costa enorme de mi desierto blanco.
Tus piernas,
estuarios donde mis manos naufragan.
Tus brazos,
hiedra enfurecida que mi cuerpo entero abrazan.
Eras el grito risueño de un duende
que reconquistó mi alma en la batalla
de historias pasadas, sueños eternos,
fantasmas olvidados y sombras galopadas
en el campo de mi agotada vida.
Sentí junto a ti, en mi playa, bandadas de aves
que emigraban, olas encrespadas que chocaban
en los acantilados de tu piel.
Tus ojos clavaron la cima de mi montaña.
Tu voz se esfumó en la noche. Los días pasaron
uno tras otro. Los contaba desesperado.
Verte a mi puerta esperaba, ansioso
de amor acechado. Pero tu voz no llegaba.
Fui feliz en los momentos que tú y yo vivimos.
Aprendí a llorar a tu lado
porque contigo el amor me ha vencido.
Ahora que no quieren que nos amemos,
me doy cuenta de que te amo.
Y así, hoy, mi vida se une a la tuya
para intentar abrir la celda en que te encerraron.
¡Escapa, grita, vuela!
Que la libertad oiga tus lamentos
y envíe vientos desnudos que traigan
a tus pies águilas rebeldes
que te eleven a mi vuelo libre y enamorado.
Sufro, solitario, en esta casa,
la distancia que separa del tiempo
y aún así, quiero sentir
en estas estancias calladas
la furia incontrolada de tu impulso.
No quiero vivir del recuerdo
de una noche cálida, de una mirada extraña,
de tu voz y mi voz apresuradas.
© Francí Xavier Muñoz, 1989
La estancia del mate. Poemario I
No hay comentarios:
Publicar un comentario