http://www.nuevatribuna.es/opinion/franci-xavier-munhoz/lenta-agonia/20160909142313131613.html
En la
anterior legislatura, el líder del PSOE, Pedro Sánchez, no fue sincero en sus
intenciones de formar un Gobierno de progreso, pues para ello habría insistido
en establecer primero negociaciones con Podemos, segunda fuerza política de la
izquierda y tercera fuerza parlamentaria, a pesar de las iniciales líneas rojas
que ambos partidos esgrimían en público. Se reprochó a Podemos su
empecinamiento en mantener la convocatoria de referendos de autodeterminación,
pero de haber mediado intención sincera por sacar adelante un Gobierno de
progreso, estoy convencido de que se habría llegado a una solución intermedia
sobre ese asunto porque, en el curso de unas negociaciones PSOE-Podemos al más
alto nivel, las posturas se podrían haber acercado para conseguir, al menos, la
abstención de Ciudadanos. Lo que no resultaba lógico para formar un Gobierno de
progreso con el PSOE al frente era lo que ocurrió, que este partido firmara
primero un pacto de investidura con la nueva derecha de Ciudadanos y, luego,
pidiera a la izquierda alternativa de Podemos que se sumara sin más a dicho
pacto.
En la
situación actual, en la que sólo el PP ha mejorado sus resultados electorales,
perdiendo votos y/o escaños los otros tres partidos principales, la secuencia
de los actos ha sido lógica: el líder del partido que ha ganado las elecciones
intenta, esta vez sí, la investidura con el apoyo de otra fuerza parlamentaria
afín, sumando en total 170 votos a favor, a sólo seis de la mayoría absoluta.
Es cierto que el candidato a la investidura, Mariano Rajoy, debería haber
negociado también con algún partido nacionalista para asegurarse unos pocos
escaños más, pero dado el deterioro de las relaciones de su Gobierno con PNV,
ERC y PDC (antigua CDC), el candidato ni lo intentó, pasando la pelota de la
responsabilidad de la obstrucción a la investidura al líder de la oposición y
del PSOE, Pedro Sánchez, que se ha negado en redondo a facilitarla, movido
principalmente por sus intereses particulares al frente de la dirección del
partido, según piensa gran parte de la opinión pública.
Si en
nuestra democracia se respetaran escrupulosamente las reglas del juego
constitucional, ante una aritmética parlamentaria mermada y enrevesada a más no
poder, para facilitar la gobernabilidad del Estado lo lógico habría sido que el
líder del PSOE, Pedro Sánchez, hubiera facilitado con la abstención de su grupo
parlamentario (o parte de él) la investidura de Mariano Rajoy, pero
condicionando su Gobierno con un programa de urgencia consensuado a dos años
vista (media legislatura), con predominio de ministros independientes y derecho
a veto para nombramientos gubernamentales, y a expensas también de lo que
depararan los procesos judiciales por corrupción en los que el PP es parte
implicada. Ese Gobierno de Rajoy condicionado se habría sometido a una cuestión
de confianza a los dos años (o antes de ese plazo a una moción de censura) y,
de no superarse entonces, el líder del PSOE podría presentar fácilmente su
candidatura a la investidura de un nuevo Gobierno. Este habría sido el proceso
habitual que la cortesía parlamentaria hubiera dictado en cualquier democracia
respetuosa, de no haber una alternativa diáfana a la investidura de un
candidato, que no la hay, puesto que ahora PSOE y Podemos suman juntos menos
escaños que en la anterior legislatura, los partidos nacionalistas catalanes no
renuncian al referéndum de autodeterminación como condición previa para su
apoyo, y el PSOE social-liberal rechaza de plano un Gobierno con Podemos.
Pero como
España tiene la democracia que tiene, nos hallamos metidos en este laberinto
que, por segunda vez, y a mi juicio, construye el líder del PSOE, Pedro
Sánchez, para salvar no ya su liderazgo de partido, que lo tiene cada vez más
difícil, sino su honra personal, pues no quiere pasar a la Historia como el
líder del PSOE que facilitó un Gobierno a la derecha más corrupta y antisocial
que ha habido desde la restauración de la democracia (aunque ya no sería ni tan
corrupta ni tan antisocial, pues estaría maniatada por el Congreso). Desde el
punto de vista humano y personal, yo entiendo su actitud, pero desde el punto
de vista del ciudadano y elector, me cuesta trabajo entender que, incluso ante
las demandas veladas de influyentes dirigentes de su partido, no haya convocado
un cónclave del Comité Federal y del Grupo Parlamentario en el que someter a
debate la posición del PSOE ante la investidura de Rajoy para que, de
facilitarse ésta, hubiera sido una decisión colegiada y no personal. Se
entiende, por otro lado, el miedo de otra parte del PSOE, quizá la más
socialdemócrata, a dar ese paso, ante la posible pérdida futura de apoyos que
llevara a Podemos, en unas próximas elecciones, a sobrepasar al PSOE en votos y
escaños, arrebatándolo de la hegemonía en la izquierda. Pero creo que ese
miedo, si se materializara en una menor intención de voto en futuras encuestas
electorales, podría combatirlo el PSOE endureciendo su papel en la oposición,
promoviendo su alternativa de Gobierno dentro de dos años, bien rechazando la cuestión
de confianza de Rajoy, bien presentando una moción de censura.
Lo que
ahora pretende Pedro Sánchez es ganar tiempo hasta las elecciones vascas y
gallegas para pasar la pelota de la responsabilidad por unas terceras
elecciones a sus dos competidores por la izquierda y por la derecha, Podemos y
Ciudananos, a los que posiblemente les solicite un apoyo incondicional, si
quieren desalojar al PP del Gobierno. O esperar al siguiente paso en la hoja de ruta soberanista del Parlament de
Catalunya para convocar, entonces sí, un Comité Federal que se pueda replantear
la abstención a Rajoy como medida profiláctica ante el conflicto territorial
catalán. Porque Sánchez sabe, por otro lado, que si el PSOE tiene un mal
resultado electoral en Euskadi y Galicia, posiblemente el Comité Federal se lo
impongan a él para sustituirle al frente de la Secretaría General del PSOE. En
ese caso, ya sería otro u otra quien asumiera la responsabilidad histórica de
haber facilitado un Gobierno del PP, aunque sea condicionado.
Hay
otras opciones, aunque más improbables. Que el PP responsabilice del bloqueo a
su líder y, aprovechando la indignación popular por las mentiras del
nombramiento de Soria, promueva la sustitución de Rajoy por otro candidato
menos intoxicado por corrupción y recortes. O, también, que ante un mal
resultado en las elecciones vascas y gallegas, y ante la próxima declaración
soberanista del Parlament, el PSOE proponga una abstención tripartita con
Podemos y Ciudadanos, y así no asumir en solitario la responsabilidad de dejar
gobernar a Rajoy, aunque sea con limitaciones. O, en el último de los
supuestos, que Pedro Sánchez ponga encima de la mesa la opción de un candidato
o candidata independiente, con el riesgo de soliviantar al electorado del PP.
Todo es posible después de la frase que pronunció: “el PSOE siempre estará en
la solución, aunque yo no no me estoy postulando”. En último término, si vamos
a unas terceras elecciones, sólo el PP saldría beneficiado, rozando o
consiguiendo la mayoría absoluta. ¿Está dispuesto Sánchez a terminar así su
mandato al frente del PSOE? Tendrá que elegir entre esta opción o dejar
gobernar al PP, condicionándolo desde la oposición, unas veces con Podemos,
otras con Ciudadanos. Sólo desde esta última opción Pedro Sánchez sobrevivirá
más tiempo como Secretario General del PSOE.
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