http://www.nuevatribuna.es/opinion/franci-xavier-munhoz/y-no-mas-repeticion-electoral/20160917130722131813.html
Se van clarificando, por fin, las dos
opciones que se barajan ahora mismo en el PSOE para salir del bloqueo
institucional a la formación de Gobierno en la que ha derivado la investidura
fallida del Presidente en funciones, Mariano Rajoy. Dos opciones que se tenían
en mente desde el minuto uno de la jornada postelectoral pero que no se han
desvelado abiertamente hasta ver el resultado de los pactos entre PP y
Ciudadanos, que arrojó el saldo de 180 votos parlamentarios en contra y 170 a favor (con su
respectiva traducción aritmética a millones de votos de ciudadanos). Una parte
del PSOE, con barones territoriales y ex líderes a la cabeza, ya ha hecho
pública su preferencia por dejar gobernar en minoría al PP pero con otro
candidato a La Moncloa
que no sea Rajoy. La lideresa andaluza, Susana Díaz, lo ha dejado
meridianamente claro al insistir en el “no a Rajoy, no a un Gobierno con
Podemos y no a unas terceras elecciones”. Otra parte del PSOE, con la Ejecutiva federal al frente
y una parte de la militancia de base, prefiere la opción de recabar el apoyo
incondicional de Podemos y Ciudadanos para un Gobierno en minoría del PSOE, de
acuerdo a su programa electoral. Lo dejó meridianamente claro el secretario
general del partido, Pedro Sánchez, cuando pidió a Pablo Iglesias y Albert
Rivera “altura de miras, ahora que el PSOE ya ha hecho su trabajo”. Claro que
lo que Sánchez llama “altura de miras” lo traducen Iglesias y Rivera por
“cheque en blanco”, que buscaría el mismo resultado final de la estrategia ya
desplegada en la anterior legislatura (investidura de Pedro Sánchez con el
apoyo parlamentario de Ciudadanos –más el visto bueno del IBEX35- y el
beneplácito de Podemos, si éstos querían un Gobierno de progreso en las únicas
condiciones posibles en aquel momento, es decir, un Gobierno que no molestara
al poder económico-financiero). Ahora, la apuesta de Sánchez es más ambiciosa,
pues pretende recabar el apoyo incondicional también de Ciudadanos, cuyo doble
juego habría quedado a la vista en sus negociaciones con el PP, no queriendo el
PSOE comprometerse a firmar un acuerdo de Gobierno con quien también lo ha
firmado con el principal adversario político.
Sea cual sea el itinerario que se recorra a
partir de ahora, cabe hacer la reflexión de si es posible una nueva investidura
del mismo candidato que ya ha sido rechazado por la mayoría absoluta del
Congreso de los Diputados, que es la cámara parlamentaria facultada para elegir
al presidente del Gobierno. Por supuesto, éste puede sentarse a negociar nuevas
condiciones con los grupos parlamentarios que, en principio, podrían apoyarle,
pero yo me planteo si, tras dos convocatorias electorales seguidas (y para
evitar sucesivas elecciones) no sería conveniente introducir en el segundo
proceso de investidura la obligación previa de presentarse a la misma con los
apoyos parlamentarios ya negociados, bien en primera votación con mayoría
absoluta, bien en segunda votación con mayoría simple. De no salir elegido en las
dos sesiones de investidura, ni en primera ni en segunda votación, y de no
haber otra propuesta alternativa de la oposición, ¿no sería conveniente que
nuestro sistema político obligara al primer candidato a ceder el paso a otro diputado
de su mismo partido, antes de trasladar una vez más a los electores el peso de
la responsabilidad del voto adecuado para la formación de Gobierno?
Si hiciéramos una interpretación adecuada
de nuestro sistema político, que es parlamentario, concluiríamos que son los
diputados del Congreso quienes eligen, en representación nuestra, al presidente
del Gobierno. Luego a ellos les ocupa la resolución de los conflictos y
bloqueos que impiden la investidura de los candidatos. Los electores ya hemos
manifestado nuestra opinión y hemos optado por unos partidos para que nos
representen en las Cortes, pero es a los diputados electos a quienes
corresponde elegir al presidente del Gobierno, luego ellos tendrán que
esforzarse por encontrar las soluciones adecuadas. No se puede trasladar
indefinidamente al cuerpo electoral la responsabilidad de dicha elección, pues
con ello se envía un mensaje irrespetuoso y despreciativo a la opinión política
manifestada por los ciudadanos en las urnas. Los diputados del Congreso, al
concluir la legislatura sin haber investido a un Presidente, vienen a decirnos:
“os habéis equivocado al votar”. Y esto se puede admitir una vez, y repetir las
elecciones, pero no más. Por eso creo que sería conveniente introducir algún
mecanismo, tras la segunda convocatoria electoral, que obligara a los diputados
del Congreso a resolver el mandato que hemos dado los electores. Y, así, pienso
que en el segundo proceso de investidura, deberían articularse cuatro sesiones
consecutivas, en caso de ir fallando sucesivamente una y otra: la primera, con
el candidato ganador de las elecciones; la segunda -para respetar el orden de
la voluntad mayoritaria de los electores- con el líder de la oposición, que lo
es también del segundo partido más votado; la tercera, de fracasar las dos
anteriores, con otro candidato distinto del partido ganador de las elecciones;
y la cuarta y última, de no resultar tampoco la anterior, con otro candidato
alternativo del principal partido de la oposición. Creo que con este mecanismo
los diputados encontrarían la solución, pues si un candidato cosecha el rechazo
de la mayoría absoluta del Congreso, está cosechando el rechazo de la mayoría
absoluta de los españoles. Esa es la lectura correcta en un sistema
parlamentario, traducir los votos de cada diputado por miles de votos de
ciudadanos. Se podría objetar que los electores han votado mayoritariamente al
líder de un partido y no a otro y, por tanto, no cabría cambiar de candidato
dentro del mismo partido. Habrá que explicar entonces que, aunque nuestro
sistema político convierte las elecciones generales (que son parlamentarias) en
una suerte de elecciones presidenciales –porque de ellas resulta elegido el
presidente del Gobierno- en puridad son elecciones legislativas, pues de ellas
salen elegidas las cámaras de representación parlamentaria que, una vez
constituidas, proceden a la elección del presidente del Gobierno, que será
normalmente el candidato del partido ganador de las elecciones; o no, pudiendo
ser el candidato líder de la oposición, o cualquier otro, y en este último caso,
por qué no cualquier otro diputado de los dos partidos más votados, a los que
hay que reconocerles (como se hace en los sistemas electorales mayoritarios) la
prioridad en las opciones formativas de Gobierno.
Pienso que ésta (o cualquier otra parecida)
sería una buena solución para evitar el conflicto institucional que ahora
tenemos y la parálisis gubernamental en la que nos encontramos. Todos los
sistemas políticos son libres para introducir en ellos el diseño y las reformas
que los partidos crean convenientes para reducir la complejidad en la toma de
decisiones públicas en las que participan directa o indirectamente los
electores y, en mi opinión, dada la experiencia actual, tendríamos que ir
pensando en mecanismos de solución de conflictos institucionales como el que
nos ocupa ahora mismo a los españoles.
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