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Repasando
el discurso del líder del PP contra el líder de VOX en el debate de su moción
de censura, y considerando que nuestra política es más actoral que argumental,
tengo la sensación de que la moción de censura ha sido o bien una carambola de
billar americano, o bien un pacto entre Casado y Abascal para liquidar, ni más
ni menos, que a Inés Arrimadas y Ciudadanos, como partido residual del
centro-derecha liberal y progresista al que, supuestamente, representa. El distanciamiento
nítido del PP con respecto a VOX que tantos dirigentes políticos, tertulianos y
politólogos le pedían a Pablo Casado parece que iba dirigido a la definición de
un espacio bien delimitado en la derecha española, en la que un partido
moderado pero pequeño ya no tiene, al parecer, interés para los estrategas
demoscópicos que dirigen, entre bambalinas, las trayectorias de los partidos
políticos. Es, como dijo el vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, la
lucha entre la tradición conservadora de Cánovas, Gil Robles o Aznar, la
liberal de Sagasta, Alcalá Zamora o Suárez y la tradicionalista de Calvo
Sotelo, Primo de Rivera o Fraga, siendo esta última tradición la que sentó en
el Palacio de El Pardo al dictador Franco durante treinta y seis años, y que
tan orgullosos están los dirigentes de VOX de haber recogido en sus filas y
discursos. Entre el fascismo y el neoconservadurismo, este partido ha sabido
atraer el voto de la derecha extrema que había sabido recoger la Alianza
Popular de Fraga, primero, y el Partido Popular de Aznar, después. Sin embargo,
en un país cainita como el nuestro, donde las crisis profundas e inesperadas
son siempre aprovechadas para derribar al Gobierno del adversario, había
llegado la hora de poner orden y concierto a la división de la derecha española
ante la que pudiera ser la segunda ola de la pandemia que provocara unas
elecciones anticipadas a finales de 2021. Y hay que trabajar con tiempo por
delante.
Ningún
dirigente político desde la recuperación de la democracia en 1977 ha dilapidado
una fortuna electoral como la que consiguió Albert Rivera para su Ciudadanos en
abril de 2019. Consiguió 57 escaños que, sumados a los 123 del PSOE, hubiera
dado un Gobierno de coalición sólido y estable de 180 diputados, mayoría absoluta
a la primera votación y un programa social-liberal para cuatro años por el que
babeaban las más altas instancias de los poderes económicos españoles, europeos
y mundiales. Habríamos tenido la estabilidad política que tanto demandamos los
ciudadanos ahora para hacer frente a una pandemia sanitaria y económica que
puede revertir todo el progreso que hemos acumulado desde la incorporación de
nuestro país a las comunidades europeas en 1985. Creo que un Gobierno así
hubiera tomado el mando decidido y sin titubeos en una situación crítica como
ésta y, quizá ya desde la proclamación de su primer estado de alarma, habría
aplicado un 155 a las competencias sanitarias de las Comunidades Autónomas y
habría sacado al Ejército de sus cuarteles para que apoyara a los Cuerpos de
Seguridad del Estado en su difícil tarea de restringir los movimientos de los
españoles. Sé que no es una opinión políticamente correcta en la izquierda, ni
siquiera en la más moderada, porque gran parte de la izquierda sigue anclada en
el antimilitarismo como seña de identidad antifascista… pero ante el riesgo al
que muchos españoles prudentes estamos siendo expuestos por una parte de la
sociedad española que ya no me atrevo a catalogar de ignorante sino de
insurrecta, y ante las catastróficas consecuencias sanitarias y económicas que
esta intolerable indisciplina puede provocar, ¿no estamos de verdad ante un
estado de alarma que suscite una definitiva toma de control por parte del
Gobierno central de las competencias autonómicas en Sanidad y de los
movimientos de la población mediante la acción coordinada de todas las Fuerzas
y Cuerpos de Seguridad del Estado, Ejército incluido? Yo lo vengo defendiendo
desde marzo pasado, no es una opinión asustada ante el desmadre actual de
contagios. Es una opinión asentada en el efectivo modelo asiático de lucha
contra la pandemia de la covid19 y en el padecimiento de la ignorancia
colectiva que internet y las redes sociales han creado en ésta y en otras
cuestiones.
Es
cierto que el Gobierno de Sánchez ha tomado las medidas adecuadas en materia
laboral y social para paliar los desastres económicos de la pandemia, y que ha
sabido defender los intereses nacionales en la Unión Europea, pero también es
cierto que le falta autoridad para imponerse a una derecha cainita que espera,
ansiosa, su caída, y a unas comunidades autónomas que han demostrado que
nuestro modelo territorial es incapaz de hacer frente, con unidad, a una crisis
sanitaria de magnitudes desconocidas. Creo, por tanto, que estamos ante la
primera desafección del Estado autonómico desarrollado a partir de la
Constitución de 1978 y creo, también, que estamos ante la primera añoranza de
gobiernos estables con mayorías absolutas que, como el de Sánchez y Rivera,
podrían haber hecho frente a esta pandemia con la autoridad, el mando y el
coraje que requiere. ¿Quién transformará esa desafección en votos? ¿Casado o
Abascal? Ése era el debate de la moción de censura y no otro, definirse ante el
más que probable futuro desgaste electoral del actual Gobierno de coalición.
Ciudadanos
tendrá que pensarse muy bien cuáles van a ser los siguientes pasos en su
actuación política porque, como decía al principio de mi reflexión, creo que la
moción de censura no la ha presentado Abascal contra Casado sino los dos contra
Arrimadas. Los electores parece que ahora tienen dos derechas bien delimitadas,
la moderada que representa el nuevo PP de Casado y la extrema que representa el
viejo VOX de Abascal. Con el discurso firme y claro de éste en la moción de
censura, es muy probable que el PP recupere voto moderado que se fue a VOX,
pero también es muy probable que VOX recoja voto extremo que seguía creyendo en
Casado. La espada de Damocles pende, claramente, sobre Ciudadanos. ¿Adónde irán
sus votos redefinidos en la nueva frontera de la derecha española que ha dejado
el debate de la moción de censura? Creo que si se desmarcara claramente de un
PP extremo, ineficiente y peligroso como el de Díaz Ayuso en Madrid, apoyando
una moción de censura que situara a Ignacio Aguado como presidente de la
Comunidad, podría recuperar su partido la proyección política que siempre
irradia el centro sobre la periferia, y si lo hace bien, quizá también un leal
apoyo electoral que se extendiera a otros territorios que, al menos, mantuviera
el grupo parlamentario que ya tiene en el Congreso o, incluso, lo aumentara un
poco, sirviendo para lo que fue fundado en su día Ciudadanos, para ser útil a
los partidos que ganan elecciones pero se tienen que apoyar en partidos
nacionalistas para ocupar La Moncloa.
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