jueves, 19 de enero de 2012

MI REFLEXION | Guerra de clases

Publicado en IZQUIERDA DIGITAL el 16/01/2012
  
   La Gran Recesión iniciada en 2008 y, sobre todo, la respuesta orquestada por la mayoría aplastante de gobiernos conservadores de la Unión Europea, ha puesto al descubierto ─como nunca antes en la reciente historia del constitucionalismo democrático─ que dos de los pilares fundamentales sobre los que se sostiene la democracia liberal ─los poderes ejecutivo y legislativo─ están expuestos al chantaje o al chalaneo con el poder fáctico por excelencia, el poder financiero, ahora poder supra-fáctico gracias a la sobre-dimensión alcanzada con la globalización económica. La profunda transformación del capitalismo industrial (que antes fue comercial) llevada a cabo a partir de 1980, convirtió a éste en capitalismo financiero y a las directrices de la economía productiva en variables sometidas a la especulación de valores bursátiles, que cotizan en función de los intereses de administradores de fondos y carteras que controlan el valor de las grandes corporaciones y fijan el interés y la fiabilidad de los Estados. La globalización económica, o más exactamente la globalización financiera, está generando una transformación profunda de la economía que en algunos países ya ha generado estragos y en otros los está anunciando. La liberalización y desregulación de todo tipo de mercados, sin políticas proteccionistas ni intervencionistas que compensen la voracidad de las grandes corporaciones, ha generado ya y seguirá generando el desmantelamiento de sectores económicos completos que se trasladan a esos países donde los costes laborales, los derechos sindicales y las condiciones de vida son mucho menos exigentes. Pero la globalización no solo trae la deslocalización y desaparición de industrias al completo sino algo peor que muy pocos están observando: la absorción, por parte de las grandes corporaciones, de cualquier competidor mediano o pequeño que les pueda hacer sombra en cualquier segmento de mercado. Un peligroso precedente será la liberalización de horarios comerciales en la Comunidad de Madrid, aunque sea solo un ensayo de lo que pueda venir en el futuro. La globalización, ante todo, es esto: la hegemonía de las grandes corporaciones. Hegemonía en el mercado, asfixiando a los inferiores y expulsándolos finalmente del sistema. Y lo que es más peligroso, la hegemonía frente a los poderes representativos, Gobiernos y Parlamentos, convertidos en aliados o cooperadores necesarios para que las grandes corporaciones compitan en superioridad de condiciones. Esos poderes representativos que se encargan, después, de presionar, convencer o sumar a los poderes sociales, de los que destacan por encima de todo los sindicatos mayoritarios. Los globalizadores y sus fieles impulsores, los neoliberales, están construyendo una economía globalizada y dirigida por las finanzas que, sin embargo, paradójicamente terminará, si nadie lo remedia, por cercenar el hasta ahora sacrosanto principio irrenunciable del liberalismo económico: la libertad de empresa y su economía de libre mercado donde, supuestamente, debe asegurarse la libre competencia y la igualdad de oportunidades para competir lealmente en el mercado. Todo este esquema sobre el que se construyó el capitalismo industrial y su sistema político, la democracia liberal, está en peligro por la ambición desmedida de los poderes financieros y sus gobiernos títeres, que son incapaces de ver el modelo de sistema económico y político al que quieren conducirnos aquéllos.
    El primer paso ya lo han dado, excediéndose en las operaciones financieras de riesgo que generaron una crisis del sistema hipotecario estadounidense, que se extendió después al sistema crediticio europeo, que se salvó por la inyección desmedida de dinero público, que generó después la desviación del déficit de los Estados, a los que ahora esos mismos poderes financieros recetan los recortes en el gasto público y en el Estado del Bienestar, primera de las tartas que quieren comerse y que solo repartirán entre las grandes corporaciones que puedan sustituir al Estado en la prestación de servicios de Sanidad, Educación y Pensiones. Los poderes financieros han puesto sus ojos en la Europa social, en el Estado del Bienestar europeo, un mercado amplio y jugoso a repartir si primero se elimina al competidor monopolístico: el Estado. El segundo paso ya lo han dado, también. Fracasado el intento anterior de globalizar Latinoamérica a través de las recetas neoliberales del Fondo Monetario Internacional, que hundieron a varios países en crisis económicas y sociales insoportables, los cerebritos a sueldo de las grandes corporaciones que trabajan en las organizaciones económicas internacionales y en las Universidades correspondientes, han encontrado un maná en la Gran Recesión de 2008, pues ha sido la excusa perfecta para intentar terminar de globalizar otra gran área económica que, quizá, se resistía a ello: Europa. Aunque hay sospechosas coincidencias que llevan a muchos a pensar que estos cerebritos no han encontrado la excusa perfecta sino que, junto a las grandes corporaciones, han fabricado la tormenta perfecta para forzar a Gobiernos y Parlamentos europeos a seguir una política económica incuestionable, que privatiza beneficios y socializa pérdidas, al tiempo que recorta el gasto público y reduce el Estado del Bienestar, todo ello para permitir que las grandes corporaciones, las grandes tiranas de la economía global, sigan blandiendo el látigo con el que dominan al resto. Con razón a estas alturas se afirma que esto ya no es una lucha de clases sino una guerra de clases, la de los de arriba contra los de abajo. Y hoy, los de arriba son esa élite que domina las firmas y fondos de inversión que controlan las grandes corporaciones bancarias y empresariales. Ellos y todos los que, en puestos de responsabilidad crucial, se dejan engatusar o mimar para favorecer los intereses de esas grandes corporaciones. Ese segundo paso que han dado tiene su traslación en la crisis de la deuda soberana de la eurozona y, sobre todo, en la alteración de los mercados para forzar las políticas necesarias a las grandes corporaciones. El mercado de la deuda soberana no es más que el instrumento que utilizan los grandes fondos de inversión para presionar a la Eurozona a seguir las directrices por ellos marcados. De lo contrario, se conjuran para acrecentar la prima de riesgo o se confabulan para desplomar las bolsas y, así, cualquier Gobierno, de no entrar en razón, caerá por sí solo en un adelanto electoral. Aunque si se resiste, se le sustituirá por un gobierno tecnócrata de amigos y antiguos colaboradores, como se ha visto en Grecia y en Italia. Este es el camino trazado para la globalización europea, en la que la existencia de un Estado del Bienestar sufragado con fondos públicos reduce considerablemente la expectativa de negocio y beneficio. Esta parece ser la tarta competitiva que, junto a la reducción de salarios y derechos laborales, convertirá a las economías del Euro en economías competidoras de las asiáticas, donde los niveles de protección social no alcanzan los europeos y, por tanto, donde las grandes corporaciones no tienen mucho que hacer en Sanidad, Educación y Pensiones.
    Este es, creo yo, el gran reto que tiene hoy la socialdemocracia europea: contrarrestar el diseño del sistema económico global que están construyendo las grandes corporaciones y sus gobiernos títeres para la Unión Europea y, más concretamente, para la Eurozona. Subidos al carro de la Gran Recesión o habiendo lanzado ese carro al escenario de la economía global, los poderes financieros están echando un pulso a la economía productiva europea y a sus agentes económicos, que no solo son los trabajadores-consumidores sino también los autónomos, comerciantes, pequeños y medianos empresarios. De cómo represente la socialdemocracia europea a todos estos actores económicos dependerá no solo su supervivencia como fuerza política sino también la de esos actores económicos, pues ya sabemos que los partidos conservadores, por convicción, son fieles correas de transmisión de los grupos privilegiados que controlan los resortes de la economía, grupos que no rechistan ante los intereses de las grandes corporaciones. Pero cabe también la posibilidad de que la socialdemocracia europea siga desunida, mirando cada partido a su paisanaje nacional, e incluso cabe la posibilidad de que dicha ideología gire definitivamente al social-liberalismo y no haya aprendido de los errores que cometió por plegarse a las doctrinas liberales y pseudo-progresistas de Tony Blair o Gerhard Schröeder. También cabe la posibilidad de que haya partidos liberales, no conservadores, que sustituyan a la socialdemocracia en esa tarea. Hace falta, por tanto, para ayer y no para mañana, una gran Convención o Congreso permanente de partidos socialdemócratas europeos que dé el contrapunto a las tesis neoliberales que las clases medias y populares europeas están demandando. Y, sobre todo, que articule un freno al poder que las corporaciones financieras están ejerciendo en el ámbito económico y político. Fue la socialdemocracia europea quien desatascó la crisis de los Estados liberales decimonónicos y su violenta cuestión social a mediados del siglo XX. Hoy, Europa está otra vez en la encrucijada y necesita de esa respuesta progresista, de ese pacto social que solo los partidos socialdemócratas de gobierno, junto con los sindicatos mayoritarios, pueden arrancar a las fuerzas conservadoras políticas y empresariales para preservar no solo el bienestar de las clases medias y populares sino la viabilidad futura de la Unión Europea y del conjunto de Europa como actor global de la economía y la geopolítica mundiales.


© Francí Xavier Muñoz, 2012
Cuitas e ideas de un soñador desvelado. Vol. II

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