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Art. 56.1 de la Constitución
española: “El Rey (…) arbitra y modera el funcionamiento regular de las
instituciones (…)”. Después de cotejar este apartado con el discurso que el Rey
ha ofrecido a las 21 horas de ayer, tres de octubre, podríamos afirmar que el
monarca ha abdicado de sus funciones -sin serlo- más políticas, las únicas que
le concede la Constitución en las que puede desplegar toda su autonomía
personal, todo su bagaje formativo, toda su agenda de contactos y todo su don
de gentes -si es que lo tiene-. Dada la gravedad de la situación a la que nos
ha conducido en último término el presidente Rajoy, el Rey muy bien podría
haber ejercido el papel de árbitro y moderador entre instituciones -Gobierno y
Govern- que le concede la Constitución. Pero, en lugar de eso, se ha dejado
influir una vez más por el Gobierno, poniéndose de perfil ante el sentimiento
de la mitad de un territorio -que ya es mucho- que cuestiona su permanencia en
España y ante el sufrimiento de casi todos los catalanes, que han visto en las
últimas semanas sus instituciones políticas intervenidas y, sobre todo, sus
gentes maltratadas a porrazos en las calles. No es éste el Rey de todos los
españoles que nos prometió en su coronación. Sin hacer dejación de sus
funciones constitucionales el monarca podía haber ofrecido en su discurso una
puerta al diálogo, una mano tendida a la negociación con la Generalitat o, en
último caso y fuera de cámara, una intermediación secreta delegada que, al
final, habrá que derivar en alguna figura internacional o de renombre político
o social. En lugar de eso, se aprendió de memoria el discurso que le había
preparado el Gobierno, un discurso de parte con el que -y esto es lo grave- se
enfrenta a una parte considerable de catalanes que, de aquí en adelante, trabajarán
mucho más por la causa independentista. Si a la torpeza gubernamental del uno
de octubre sumamos la argucia salvífica de ayer, la grieta se agranda porque no
estamos hablando de unos cuantos miles de enajenados sino de unos tres millones
de ciudadanos convencidos, que irán en aumento con los años.
Pero, en mi opinión, lo peor de
todo es la ingenuidad o falta de sagacidad con la que Felipe VI ha quedado
atrapado en las redes de Rajoy, animal político acostumbrado a ver caer a todos
sus adversarios mientras él no toma nunca iniciativa alguna, dejando que sean
los demás quienes muevan ficha. Es una estrategia legítima, desde luego, pero
muy arriesgada que, por avatares del destino, puede hacer que algún problema
tome un cariz inesperado, como ha sido el catalán, con la nefasta intervención
de las fuerzas de seguridad estatales el uno de octubre. Por supuesto que Rajoy
no ha sido el único pirómano pero él, como presidente de todos los españoles,
representa a más millones de personas y tiene la obligación -para eso le
pagamos- de prevenir y solucionar los problemas, no de dejarlos pudrir o, como
en este caso, incrementarlos. No ha habido en nuestra reciente democracia
ningún presidente de Gobierno tan incapacitado para ejercer una de las
funciones primordiales de cualquier primer ministro: dirigir la política
interior y exterior del país con luces largas, anticipándose a los conflictos
para -ante todo- evitarlos a toda costa. Ningún presidente medianamente
inteligente se hubiera amparado sólo en la Constitución y en la ley para negar
la soberanía de un territorio autonómico. No es cosa menor y, ante esa
pretensión, cuando todavía no era defendida por la mitad de la sociedad
catalana, tendría que haber propuesto una comisión interparlamentaria entre
Congreso y Parlament para discutir sobre esa reclamación y, por encima de todo,
sobre el encaje en España de la nueva Catalunya post-Estatut. Ya sabemos que el
derecho de secesión no está reconocido en la Constitución y, por tanto, no es
legal ejercerlo pero, precisamente por eso, un buen gobernante habría hecho
todo lo posible para evitar que una parte de su población considerara esa
prohibición constitucional ya anticuada y obsoleta, amenazando con desbordarla
ante la inacción del Estado por escuchar sus demandas, plasmadas en un nuevo
Estatut o en otra fórmula de encaje territorial. Rajoy, por su indolencia
natural y su desgana genética, se ha tomado el asunto a broma y eso es
inadmisible en un primer ministro decente, como lo fueron por ejemplo los de
Canadá y Gran Bretaña ante el reto separatista de Quebec y Escocia.
Pero, como decía antes, lo más
grave es la ingenuidad o falta de sagacidad con la que Felipe VI se ha inmolado
para salvar a Rajoy. Su discurso no es más que el anuncio de la intervención manu militari de Catalunya por la vía
del 155 de la Constitución, si el Govern proclama la independencia. Pero
resulta que Puigdemont ha dejado unos días para negociar in extremis, pues ha declarado a la BBC que la independencia no se
declararía hasta el fin de semana o principios de la semana que viene. Estamos
ante los gestos desesperados de dos instituciones en conflicto, Gobierno y
Govern, una dirigida por inútiles y otra conducida por locos, pero quien
pondría las armas es el Gobierno… el Govern sólo pondría las víctimas. Y aquí
es donde Felipe VI tendría que haber frenado a Rajoy pues, si se consuma la
intervención militar y hay víctimas, la sangre de los catalanes escupirá
directamente a la Corona, pues fue ella y no el Gobierno quien salió por
televisión a decirnos que “es responsabilidad de los legítimos poderes del
Estado asegurar el orden constitucional”. Los poderes del Estado son el
Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. El Rey es el Jefe del Estado, el
símbolo de su unidad y permanencia (art. 56.1 CE), pero el Rey no ejerce ningún
poder, sólo asume la más alta representación del Estado y otras funciones,
todas sin poder, sólo con autoridad. ¿Por qué, entonces, sale el Rey a dar un
aviso que a él no corresponde, pues no es poder del Estado? El 23-02-1981 fue
distinto porque el Ejecutivo y el Legislativo estaban secuestrados por la
Guardia Civil en el Congreso. Creo que Felipe VI ha caído en las redes que,
como en otras ocasiones de nuestra Historia contemporánea, tendieron algunos
políticos a los Borbones -que dejaron de escuchar otras voces autorizadas- y
que tuvieron como consecuencia exilios, golpes de Estado, abdicaciones o
revoluciones. Me temo que, de producirse una intervención militar, la Corona,
como en la novela de Agatha Christie, será el último negrito en caer asesinado
y Felipe VI tendrá que emprender el camino que siguieron su tío materno y su
bisabuelo paterno: el exilio.
Ante este sombrío panorama, creo
que no hay más salida que un referéndum pactado y muchos esperábamos un anuncio
parecido en el discurso del Rey. La Constitución española lo permite. Pero, en
lugar de eso, Rajoy, convencido o atrapado por la derecha más retrógrada, se
niega a consultar a los catalanes la opinión sobre su pertenencia a España, una
consulta que está pidiendo una mayoría muy cualificada en Catalunya, sean
independentistas o no. Cualquier gobernante serio entendería que tiene un serio
problema en ese territorio. Rajoy no, Rajoy sólo ve hilillos negros, como
cuando echó un vistazo al hundimiento del Prestige. Después de la repercusión
internacional de la desmedida intervención policial del 1-O, el “domingo
sangriento” que tituló un periódico británico, ya tenemos la primera
consecuencia del tirón de orejas que le habrán ido dando a Rajoy por teléfono
algunos de sus homólogos europeos. La consecuencia es la operación diseñada en
La Moncloa para salvar al soldado Rajoy: que salga el Rey a dar la cara contra
Catalunya, aunque no le corresponda stricto
sensu, y allá se las componga la Corona después con la mitad de los
catalanes que le responsabilice a ella de haber dado la señal al Ejército.
En mi modesta valoración Francis y no soy independentista,Si estoy por el derecho a q los pueblos tomem sus propias decisiones.
ResponderEliminarSi podía haber una puerta abierta al diálogo,el Borbón le ha dejado corto a su Padre.Ha cerrado todo diálogo deseable.
PD. Eres un crack escribiendo Amigo Francis.
En esta ocasión no estoy nada de acuerdo en su opinión, pero el mundo avanza con opiniones diferentes.
ResponderEliminarNo creo que ley u justo sean sinónimos, ni siquiera ley y legitimidad, a la vista está el caso del nazismo que llegó al poder por las urnas. En Cataluña está pasando algo así y llevamos una trayectoria histórica larga. el 1-O ha sido un acto absolutamente ilegal y como tal no puedo justificarlo. Que ha habido errores, pues sí; que se pueden hacer las cosas de una manera u otra, sí. Todos podemos opinar, pero como en una ocasión me dijo mi maestro: los toros se ven muy bien desde la barrera. Yo he tenido cargos de gestión, menores, pero se ven las posibilidades que te tienen y le puedo asegurar que es muy difícil y estamos en una situación inédita (quizás desde Felipe IV).
Cataluña está ante un error histórico, que todos vamos a lamentar, porque no les toca decidir a ellos solos, sino a todos y con el marco legal actual no es posible. Lo que sí es seguro es que lo que a mí me afecta, también a mí me toca decidir.
Muy buen artículo compañero y amigo Francí.
ResponderEliminarYo creo que Felipe VI y Rajoy no han dado ese paso necesario de tender la mano a la negociación esperando que desde Cataluña digan que desactivan el proceso de independencia. Pero todo llegará, es la única solución y salida posible. A la antigua CiU, hoy PDeCAT, ya la están presionando a los que representa, esto es, las empresas y la banca saliendo de Cataluña corriendo para ubicar sus sedes sociales en otros territorios del estado. Pronto el PDeCAT escuchará a la burguería y se sentará a negociar una salida satisfactoria. Saben que su clase social no va a tensar la cuerda hasta romperla. La llevarán al máximo, pero no romperán la cuerda. Esa es su esencia y filosofía. Ese acto arrastrará a los sectores burgueses de ERC y la CUP se quedará sola ocupando el espacio del pataleo. Entre burgueses se ladran pero no se muerden. Además, ellos siempre ocupan un seguro segundo plano, a los que mandan al frente, como siempre, serán a los de abajo alienados por sus cantos de sirena.
En pocos meses esto tendrá una solución. No será la que la razón dicte, sino la que los de arriba, que siguen teniendo la hegemonía, los medios y el relato, impongan a través del pacto.