7 DE MARZO,
LUNES
Querido Joaquim...
Tu llamada ha provocado en mí
una conmoción que te ha despertado de la oscuridad dormida en la que estabas,
dentro del recuerdo reprimido en mi inconsciente. Habías pasado ya a formar
parte de ese lugar del cerebro donde se almacenan las vivencias que no se
quieren evocar, y mi memoria se había acostumbrado a la rutina de olvidarte,
en su camino permanente por sobrevivir a los arrepentimientos cotidianos. Es
cierto que muchas noches las he pasado casi en vela por revivir los momentos
que pasé junto a ti, en la soledad de mi habitación, cuando la sombra del día
acariciaba el cielo, y su perfume de penumbras me recogía en la ausencia
transportada de los viajes nocturnos a través de los sueños despiertos. Es
cierto también que muchas han sido las noches en que te he traído al espacio
reducido de mi cuarto con canciones que me hacían pensar en ti, y que he
imaginado tenerte sentado frente a mí, escuchando mi canto, mientras una
lágrima surcaba mis ojos, por no ser capaz de convertir en realidad mi deseo
más oculto y esperado aún.
El veintisiete
de febrero del noventa y dos te escribí una carta que nunca llegó a tus manos,
porque la dirección que tú me diste entonces no era correcta o bien porque en
la oficina de correos de Viana se equivocaron. Aquella carta regresó a mí en lo
que fue una señal inequívoca del destino por separarnos. Esa carta, por fin,
después de dos años, vuelve a ti y, curiosidades de la vida, en las mismas
fechas en que fue escrita. Te la envío junto a ésta en su sobre original para
que puedas ver que es cierto lo que te digo. Como podrás leer en dicha carta,
yo te contaba que había comenzado a cambiar gracias a ti y que ahora que no
estabas a mi lado sentía por ti ese amor que nace de la distancia, del olvido,
y que no supe ver cuando estabas conmigo. Me di cuenta de todo poco después de
haberte ido, cuando me despertaba por las noches viendo tu imagen y cuando a lo
largo del día me descubría a mí mismo hablando contigo en soledad conmigo
mismo. Pero no voy a hablar de eso ahora. Lo que sí es cierto es que, a partir
de entonces, comencé a echarte de menos y, al mismo tiempo, empecé a cambiar mi
forma de ser, modifiqué ciertos hábitos adquiridos que no me pertenecían y que
enturbiaban mi personalidad. Pero no fue un cambio radical, duró siete meses.
Fue como un proceso de maduración lento, reflexivo, en que procesé dentro de mí
todo lo que impedía vivirme plenamente, sin miedos ni dudas que retrasaban mi
progreso personal.
Todo eso te lo
podía haber contado cuando nos vimos en Madrid aquel día. Tú vivías en Rivas,
creo recordar, y yo te dejé en casa. Si no lo hice fue por miedo a hacerte
daño otra vez. A veces pienso que en la vida ocurren ciertas cosas que nos
deben hacer reflexionar y pasamos por ellas de largo, sin meditar apenas si aquello
tiene algún significado que tenemos que descubrir. Creo de verdad que nuestra
amistad, nuestro romance, tuvo que tener algún sentido para nuestras vidas. Es
más, sigo pensando que todavía no ha llegado el momento de ver qué quiere la
vida o Dios de nosotros dos, pero estoy convencido de que algo quiere. Tu
llamada del otro día me vuelve a llenar de preguntas sin respuesta.
Pero piénsalo.
Has esperado dos años para volver a hablar conmigo y al final te has decidido a
hacerlo. ¿Por qué? Porque ninguno de los dos hemos renunciado a mantener viva
una amistad que quiso ser algo más y que, por circunstancias ajenas a nuestra
voluntad, quizá, no pudo ser. No sé si el ser humano actúa con libertad plena o
si algo más elevado maneja los hilos de sus decisiones, pero sé que las
personas y las vivencias que se quedan dentro de uno, que dejan una huella
imborrable, permanecen en nuestro inconsciente, sumidas en un letargo que poco
a poco nos va haciendo cambiar, justo cuando termina el proceso de reflexión interna,
cuando se ha digerido todo lo que aconteció en aquel momento que se vivió
deprisa, a golpes de un ritmo que impone la vida actual que no deja mucho
tiempo para la asimilación consciente de las cosas. Tú has vencido tus miedos
y quizás me has perdonado el dolor que te causé, y has pensado ahora que no hay
motivo para renunciar a algo que todavía puede dar sus frutos, a una relación
de amistad sincera y hermosa, ¿por qué no?, que aún en la distancia, mantenga
viva la llama de un reencuentro y que comience a ser como quizás entonces quiso
la vida que fuera. Yo estoy dispuesto a recuperar el tiempo perdido y a ser
para ti un amigo de verdad, de los que sufren contigo cuando tú sufres y de
los que se alegran con sinceridad de todo lo bueno que te acontece; no uno de
esos amigos con los que hablas de vez en cuando de trivialidades y de cosas sin
importancia. Siempre quise serlo y ahora que has decidido encontrarme te digo
que mi amistad es tuya si lo quieres. Ayer he paseado por el parque del Templo
de Debod junto a un buen amigo mío. Pasábamos por allí de paso hacia otro lugar
y entonces me he detenido un momento y le he comentado que allí te recordaba.
¿Te acuerdas de ese parque, al que íbamos de madrugada, y nos quedábamos
hablando sin salir del coche? Allí, en aquel lugar, los dos nos anudábamos en
un abrazo enamorado, del que era difícil desprenderse sin una sensación amarga
cuando teníamos que marcharnos.
Mi vida ha
cambiado bastante. Lo que tú viste fueron los últimos coletazos de una época
delineada por la inconsistencia del desorden, por la locura del vivir
descabalgado, fuera de mí, ajeno al mundo y desesperado por construir un
esquema bien fundamentado que las circunstancias de mi vida habían destruido. En
noviembre del noventa y dos dejé de ir a Aldintel, rompí con los amigos que tú
conociste, y me mantuve alejado de aquel ambiente hasta que logré olvidarlo y
volver a mis orígenes: mi vida en Madrid centrada en mi casa, estudiando, con
los amigos que aquí tenía, que ahora son más de los que tu conociste. Bruno y Zaida
revelaron mi secreto mejor guardado: contaron en Aldintel que yo era gay. Te
puedes imaginar cómo fueron los últimos meses que yo estuve allí. Todos me
miraban raro, me asesinaban con la mirada, se burlaban de mí a mis espaldas. Poco
a poco, Aldintel se fue transformando en un monstruo sin rostro, en un enemigo
poderoso, y los fines de semana se hacían insufribles, dolorosos. La desidia
se adueñó de mí, no tenía ganas de nada, sólo de huir, de marcharme lejos donde
nadie me observara, donde nadie me conociera. Sin embargo, estaba atado porque
yo el trabajo lo necesitaba, me hacía falta el dinero. Hasta que ya no pude
continuar porque las fuerzas me abandonaban, mi mente entraba en una fase de
locura, mi cuerpo renunciaba a cuidarse… las ganas de vivir, la ilusión por la
vida, por mí mismo, se apagaban a pasos agigantados. Decidí contárselo todo a
mi madre y pedirle ayuda, pues sin ella me veía forzado a alargar aquella
situación denigrante. Sólo gracias a su amparo pude salir de aquel entorno que
me aniquilaba y que desperdició casi dos años de mi vida. Dejé de trabajar en
Aldintel y, al no tener trabajo, mi madre tuvo que pagarme muchas deudas y,
además, volver a mantenerme como antes. Pero no sólo mi bolsillo estaba
destrozado, también mi mente lo estaba. Por eso decidí ir a un psicólogo
durante dos meses, para que me ayudara a aclarar mi situación. Me vino muy
bien, pues me ayudó bastante a clarificar mis razonamientos y mis sentimientos.
Durante el año pasado estuve
matriculado en Filosofía pero lo dejé, y este año me he matriculado en
Historia, pero también lo voy a dejar. Al cabo de todos estos años me he dado
cuenta que cuando abandoné la carrera de Derecho lo hice sólo por la cobardía
de no afrontar las dudas y contradicciones intelectuales que me provocaba,
porque yo no estaba estabilizado y mi mente estaba ocupada en otras cosas. Pero
ahora he visto claro que mi elección estuvo, además, muy condicionada por la voluntad divina. Por eso también
pienso que cuando dejé Derecho me rebelé no sólo conmigo mismo y mi entorno,
sino que también me rebelé con Dios. Y ahora, pasado este tiempo, me doy cuenta
de las estupideces y equivocaciones que podemos cometer cuando nos dejamos
arrastrar por los problemas y los mezclamos con nuestras seguridades. Esa es
la lección que he aprendido: jamás volveré a mezclar los problemas porque de
esa manera tu vida se paraliza. Así que el próximo curso volveré a estudiar
Derecho, y si no me lo conceden, Ciencias Políticas.
Yo no estoy
ahora con nadie. En estos años he tenido más relaciones, pero ninguna ha
cuajado más allá de dos meses. Creo que se va a convertir en una constante de
mi vida, pero la verdad es que no me preocupa, porque tengo muchas cosas con
las que llenar mi existencia, muchas inquietudes y muchos amigos a los que
quiero y cuido como se merecen. Bien, creo que ya voy a dejarte. Para ser la
primera carta te he contado bastantes cosas. De todas formas te volveré a
escribir y ya te iré contando más. Pero lo que quiero es que tú también me
escribas, o por lo menos, me llames por teléfono de vez en cuando. No me
abandones ahora que hemos vuelto a comunicarnos si crees, como yo, que nuestra
amistad puede seguir viva y a los dos nos hace bien.
©
FRANCÍ XAVIER MUÑOZ 1994
Recuerdo de olvidos y presentes ausencias. Cartas y diario de Xavi Sabater
Recuerdo de olvidos y presentes ausencias. Cartas y diario de Xavi Sabater
No hay comentarios:
Publicar un comentario