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Cuando vi las fotos del chalé que habían adquirido Pablo Iglesias e Irene Montero me vinieron a la memoria las imágenes de aquellos dirigentes y cargos públicos del PSOE, bautizados como la beautiful people que, al poco de comenzar a gobernar Felipe González en 1982, se trasladaron a vivir a localidades de la carretera de La Coruña, zona ya conocida entonces como área residencial favorita de cierta burguesía madrileña. Aquellos traslados fueron acompañados de la adquisición de costumbres similares a los de esa derecha que vivía en aquel entorno y a la que, supuestamente, el PSOE combatía en las urnas y en el BOE. Sin embargo, como a veces el hábito sí hace al monje, poco a poco fuimos viendo cómo esa beautiful people del PSOE se fue adueñando de su ideario y de su acción gubernamental y fue causando ese lento pero inexorable daño a la credibilidad del partido y a los gobiernos de Felipe González, que fue el primero en cambiar la chaqueta de pana por los bonsáis y La Bodeguilla de La Moncloa.
La primera pregunta que me hice, después de este ingrato recuerdo, fue: ¿y por qué Iglesias y Montero no han elegido una vivienda más modesta y en otra zona de Madrid? Y me hice esa pregunta porque ni el lugar ni las características de la vivienda casan con el discurso anti-casta, anti-banca y anti-sistema que ha mantenido Pablo Iglesias durante estos años. ¿Acaso no hay urbanizaciones más o menos aisladas y tranquilas, de adosados o unifamiliares en el corredor del Henares, en la carretera de Valencia o en la de Andalucía, cuya población encaja mejor con esa “gente” a la que Iglesias dice representar? ¿Acaso no pueden vivir y criar a sus hijos en una vivienda con menos parcela y sin casa de invitados? La siguiente reacción que tuve fue la misma que hace casi treinta años con Felipe González y la beautiful people del PSOE: decepción.
Decepción, sobre todo, porque no pretendo que quien me representa viva por debajo de sus posibilidades, pero no me fío de quien dice representarme y, aparentemente, quiere vivir como viven los que, desde luego, no me representan. Eso fue lo que comenzó a ocurrir con aquella beautiful people que, lenta pero inexorablemente, se fue cargando el ideario de izquierdas del PSOE. A veces, el hábito sí hace al monje y, de tanto imitar a quienes dices combatir, al final corres el peligro de mimetizarte con ellos, como dijo Pablo Iglesias en una ocasión a la periodista Ana Rosa Quintana: “es peligroso que los políticos vivan en chalets porque se aíslan del pueblo”. Quizá si su discurso no hubiera sido tan combativo con esas élites y sus chanchullos ahora no sorprendería y dolería tanto la elección de su vivienda.
Y duele, sobre todo, porque transmite una idea contraria al ideario del partido que dirige, a pesar de negarlo en rueda de prensa. Duele, también, porque no se comprende que siendo Pablo Iglesias un experto en comunicación política –como acredita su máster y sus dos carreras universitarias- haya medido tan mal la reacción que podrían tener los militantes y votantes de Podemos si, algún día, se enteraban de la elección de la localidad y su vivienda. Primero, porque transmite la idea de que quiere vivir como aquellos contra los que ha construido todo su discurso político. Segundo, porque transmite la idea de que piensa dedicarse muchos años a la política para poder pagar esa hipoteca, cuando siempre ha defendido que la política debía ser una actividad de paso y no una profesión vitalicia. Y tercero, porque desdice el objetivo de la limitación salarial en Podemos, que tenía como fin evitar que sus cargos públicos pudieran acceder a un nivel de vida que los alejara de la “gente” a la que representan. Estoy convencido de que si Pablo e Irene hubieran elegido un adosado o una unifamiliar más modesta, con jardín y piscina convencionales, en cualquier urbanización de Coslada, Arganda o Móstoles, no habrían sido noticia ni habrían servido en bandeja de plata a la caverna mediática y política la munición con la que están sonrojando a la mitad de los simpatizantes y votantes de Podemos, que se podrían haber ahorrado tantas horas de debates en las redes sociales.
El sectarismo propio de la política española se ha trasladado a la militancia de Podemos y a las redes sociales, donde los defensores a ultranza de “los nuestros” llevan el debate de la vivienda a cuestiones que nada tienen que ver con la misma, sabedores ellos mismos del bochorno que les están haciendo pasar sus queridísimos y admirados dirigentes. Causa sonrojo leer algunos comentarios y comparaciones de hooligans podemitas, aunque también es gratificante leer muchos razonamientos más moderados, lo que pone de manifiesto que en Podemos, como en la mayoría de los partidos de izquierda, hay dos almas, dos sensibilidades y dos líneas políticas diferenciadas: una más radical y otra más moderada, una más revolucionaria y otra más reformista, como quedó de manifiesto con la sustitución de Íñigo Errejón por Irene Montero en la portavocía en el Congreso de los Diputados.
Como la reina Leticia, Iglesias y Montero se han percatado del daño que su metedura de pata puede provocar a la causa que representan y, por eso, se han prestado rápidos a dar explicaciones de su hipoteca, aunque al ver que quizá esa información aumentaba la indignación y el desánimo entre los suyos, han anunciado en rueda de prensa el plebiscito interno sobre su idoneidad para seguir dirigiendo el partido y su grupo parlamentario, aunque la posible erosión a Podemos no la van a medir sus inscritos sino sus votantes. A ellos les corresponderá juzgar en las urnas si son de fiar o no quienes combaten a la casta pero parece que quieren vivir como ella. Lo peor será el daño que se cause al partido y a la izquierda en general, que ya sabemos que es siempre más exigente que la derecha en cuestiones éticas y estéticas, y así debe ser si quiere ser diferente. Tras la Gran Recesión de 2008 y la corrupción que se destapó en España, los niveles de exigencia ética han aumentado considerablemente, reclamando a los políticos que no sólo parezcan honrados sino que lo sean de verdad, a lo que yo siempre he añadido que la izquierda, además, no sólo tiene que ser de izquierdas sino parecerlo. Quienes pensaban que en el PP parecían honrados pero no lo eran y quienes pensaban que en el PSOE parecían de izquierdas pero no lo eran, giraron sus preferencias hacia Ciudadanos y Podemos. En este último partido confiaron muchos para traer a la izquierda aquella coherencia que el PSOE había perdido. Ése es el debate sobre la idoneidad de la vivienda de Iglesias y Montero en Galapagar, y por eso ha dolido a un sector moderado de sus simpatizantes y votantes. A los fanáticos les da lo mismo porque no admiten crítica ninguna sobre su partido o sus dirigentes, y en eso se igualan a los fanáticos de derechas. Pero la mayoría social se sitúa en posiciones más equilibradas y ahí es donde se dirimen las elecciones, así que me temo que la cuestión del chalé pasará factura a Podemos.
Certero razonamiento. Las incoherencias de siempre. Yo ya no me extraño de nada
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